siringe

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—No te preocupes, tengo la sensación de que exageras. No sé de que se trata, pero estoy seguro de que no será tan grave como dices. Todos tenemos rarezas que no queremos compartir con los demás —Mateo hizo una pausa para dar un sorbo a su cerveza—. Yo también las tengo —concluyó.

Gabriela mantenía las manos sobre la mesa del bar. Jugueteaba, de forma distraída, con la taza de la infusión.

—Ya, pero ninguna como la mía.

Mateo estaba seguro de que la mujer, a la que apenas conocía, estaba dando más importancia de la necesaria al contenido de la conversación. No era la primera vez en su vida en la que alguien le trataba de convencer de que era más raro que él y, en todas las ocasiones anteriores, evitó demostrar que se equivocaban. Hoy, frente a Gabriela, tal vez porque le gustaba más que otras mujeres, sintió la necesidad de reafirmarse en su rareza.

—Relincho —dijo.

—¿Qué quieres decir con eso de que relinchas? —Gabriela lo miró con una amplia sonrisa—. Eres un idiota, pero me has hecho reír.

—Oh… soy un idiota como dices, pero no bromeaba con lo de relinchar. De verdad lo hago cada vez que me pongo nervioso… como me estoy poniendo ahora mismo.

Miró hacia los lados, estaban solos en la terraza de aquel bar, dejó de contenerse.

El relincho debió de escucharse a muchas manzanas de distancia.

Tardó unos segundos en atreverse a mirarla. La cara de Gabriela demostraba lo mucho que le había impresionado.

—No creas que se trata solo de imitar a un caballo. Según le dijeron los médicos a mi madre, parece ser que tengo una deformación en las cuerdas vocales que me provoca estos relinchos. No puedo estar durante mucho tiempo sin hacerlos, de ahí mi triste y solitaria vida social —dijo Mateo.

Las manos de Gabriela dejaron de juguetear con la taza. Dejó escapar un fuerte suspiro.

—Yo canto.

La mujer le gustaba de verdad. Temía ofenderle pero, Mateo, no pudo evitar que se le escaparan unas risas por su comentario y, al hacerlo, se le escapó otro relincho.

—Verás —comenzó a decir Gabriela—. Canto porque tengo siringe. ¿Sabes lo que es?

Mateo, preocupado por mantener a raya los relinchos, solo negaba con la cabeza.

—La siringe es el aparato de fonación que tienen las aves en el lugar en que la tráquea se bifurca para formar los bronquios y que está especialmente desarrollado en las aves cantoras —la mujer hizo una larga pausa—. Yo soy como un ave cantora.

A punto estuvo Mateo de decir algo, pero el gorjeo de Gabriela se lo impidió. Su canto le recordó al de un canario que hubo en la casa de sus padres y que vivió, en una triste jaula, más de once años.

Tras varios minutos de incesante gorjeos ambos quedaron en silencio.

—Un caballo y un ave cantora… es una relación imposible —dijo Gabriela.

Hizo el ademán de sacar dinero del bolsillo, pero Mateo se lo impidió.

—No te preocupes, ya pago yo —dijo.

Tras un simple “gracias”, Gabriela, fue la primera en marcharse. Mateo tardó un poco más.

Solo cuando la mesa hacía ya rato que estaba desierta, apareció el barrendero.

—Algún día pillaré al hijo de puta que todos los días deja boñigas de caballo por el barrio —dijo mientras metía la escoba con ahínco bajo la mesa—. Y de las de pájaro mejor no hablar, ayer vi una sobre un coche que, por el tamaño, parecía humana.

 

 

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