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Las notas de una melodía alegre se escapaban por la ventana abierta. Era verano; hacía calor, pero la suave brisa nocturna -que se colaba por el marco- aligeraba el bochorno acumulado durante el día.
Los transeúntes no podían evitar dirigir discretas miradas de admiración a la silueta de la muchacha que se recortaba en el cuadrado iluminado. Balanceaba suavemente las caderas al ritmo de la música al tiempo que removía un bol lleno de masa para madalenas.
Y él, oculto en las sombras de la noche, acechaba la figura de curvas pronunciadas. Él era un depredador y esperaba pacientemente el momento en que, inevitablemente, su presa... caería.
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