El profesor de Español y Literatura les asignó como trabajo escribir un cuento o un poema, a su elección, y presentarlo con seudónimo, para hacer en clase una selección de los mejores, sin que supieran por quien estaban votando. El chaval no sabía que nombre adoptar; entonces se le ocurrió transformar el suyo propio y, doblemente ingenuo, se bautizó Oh-Nán. Obtuvo el segundo lugar en cuento, con lo que todos se enteraron de su identidad y comenzaron a molestarlo por su particular denominación, cuyo significado solo él no conocía.
Esa semana, unos compañeros se divertían en el recreo mirando una revista. Oh-Nán arrimó curioso; lo recibieron con sorna: “estas son ideales para que te des gusto”; “son para solitarios como tu”; “mirando estas ch. te vas a hacer unas pajas redeliciosas”; “vas a venir agotado el otro día”…. “Pero préstenmela entonces – ¿O es que se quedan sin con qué pajearse esta noche?” La condición fue traerla sin falta al día siguiente, y no chorreada. Se encerró en su pieza con llave, se quitó la ropa, prenda por prenda, frente a la doble página central de la revista, imaginando que esa “puta” lo miraba y le decía obscenidades; él también las decía a ella, en voz muy baja, no lo fueran a escuchar en casa. Terminado de desnudar, se acomodó recostado en cama y tomó el folletín con una mano, mientras con la otra se tocaba suavemente su miembro. La suavidad fue convirtiéndose en agite, ya no tocándose sino agarrando firmemente esa polla, mientras pasaba enloquecido las páginas. La explosión fue como de 50 megatones, le salpicó hasta su cara; suspiró profundo, les dio unos besos a unas cuantas chicas, las escondió luego bajo el colchón y durmió plácidamente.
Su amigo Federico le dijo que en la web las encontraba por mundos y le dio algunas URL. Tuvo éxito en la búsqueda, estuvo mirando fotos de las más excitantes y poco después descubrió que también podía mirar videos porno y ‘se enloqueció’ disfrutándolos, con los ojos y con agite de mano. En algún momento se le apareció un video de un joven masturbándose y lo repasó unas tres veces, imitando al muchacho; aprendió de una vez a buscar videos similares y tuvo muchos días de gozo aprendiendo técnicas de ‘paja’.
Un día encontró en una página una recomendación de autocaricias complacientes; se trataba de echarse desnudo de espaldas, respirar profundamente y comenzar a recorrer el propio cuerpo con las manos, con mucha suavidad, disfrutando del contacto con cada parte, aun las menos eróticas, meditando sobre cada una de ellas, para adquirir auto-conocimiento pleno y para lograr llegar a un mayor estado de excitación, gracias al lento desarrollo de los contactos. Aprendió la técnica y la disfrutaba con frecuencia, en particular cuando no tenía la oportunidad de contemplar imágenes. Consiguió experimentar unos orgasmos exquisitos al cabo de todo el tocamiento y haciendo progresar la meditación desde las partes del cuerpo hacia cuerpos ajenos que admiraba y deseaba.
(Continúa)
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