Esperamos durante toda la vida un destello de luz que nos muestre el camino. Mientras, desechamos oportunidades, abandonamos ilusiones. Convencidos de que la muestra de fe nos de la recompensa que tanto ansiamos.
Por el trayecto, dejamos pasar cosas importantes. Un te quiero no dicho, un abrazo no dado, una palabra sincera.
Dejamos que nuestros actos e inacciones gobiernen nuestro destino, que nuestras emociones controlen los pensamientos.
Vagamos con la idea de que algo bueno queda por llegar y si hay algo bueno que se va es porque así tiene que ser, en algún lado estará escrito.
Nos engañamos a nosotros mismos, nos hacemos trampas mentales para no ver la realidad, para no sentir dolor. Mentiras necesarias para no perecer en el longevo y eterno vivir.
El tiempo, como buen justiciero, nos muestra la realidad. El trayecto cada vez se hace más corto, los sueños no se cumplen y vamos descubriendo lo irreal de nuestra mentira a base de sufrimiento.
Cuando por fin lo entiendes, el camino se ya ha acabado. El viaje es solo de ida y no hay retorno posible. Convives con la desilusión, con la amargura y con la pena. Cuantas cosas darías por volver hacia atrás.
Cuantas cosas darías por recuperar momentos que pudieron ser… Al filo del acantilado nos damos cuenta, que lo importante no era creer que algo pasaría, lo importante no era esperar nada.
Al final, te das cuenta que lo importante era vivir.
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