Oh-Nan (4)

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Visitando más páginas web, se topó la promoción de un ‘club de la masturbación’; su exaltación no fue poca, lo llevó a llamar al teléfono que allí daban, ‘solo por averiguar’ y la voz le temblaba por el nerviosismo; al día siguiente volvió a llamar, ya más seguro, y pidió detalles para llegar al sitio; escogió uno de los días que le dijeron ser más serenos, con menos participantes, un miércoles.  Allí fue y lo recibió una sensual chica en tanga y diminuto ‘top’; le preguntó si quería aligerarse un poco de ropas y él, nervioso, se negó; “no te preocupes, cariño, no te obligamos” y lo llevó a una salita a media luz donde había varios hombres de diversas edades, no muy completamente vestidos, pero sin exhibición de partes íntimas, recostados en cómodos puffs, observando una proyección; el resolvió entonces quitarse algunas prendas, se recostó en el suyo y de inmediato se sintió excitado al ver las eróticas escenas que proyectaban; también alcanzó a notar, al acostumbrársele la pupila, que varios se acariciaban su zona erótica deslizando la mano por entre el pantalón.  A los pocos minutos, uno de ellos, muy cachondo ya, se abrió el cierre y sacó un miembro grande y colorado que agitó con fuerza; otro, le pidió a su vecino que lo ayudara a pajearse, pero ‘con suavidad’, y así se fueron dando diversas escenas, la mayor parte solitarias, pues no estaba permitido el homosexualismo en la sala.

En la siguiente visita al club, lo ingresaron a una sala de pole dancing y su locura no tuvo límites; casi desde el primer momento se quitó toda la ropa y empezó a masturbarse con furia.  Cuando eyaculó, se incorporó para retirarse, pero un compañero le insinuó reposar un poco y reintentar al cabo de un rato.  “No sabes lo delicioso que es sentir la segunda corrida, y después la tercera”.  Hizo caso y se quedó y lo único que lamentó fue no poder salir a contárselo a sus amigos, porque se avergonzaba de su onanismo y lo tenía en completo secreto (era un secreto a voces, todos lo sabían ya, por su comportamiento y quizá por cosillas que habían alcanzado a percibir).

Las vivencias en el club lo fueron interesando en los cuerpos masculinos, pues sus compañeros no solo se sacaban el miembro, sino que muchos, en medio del morbo, se quitaban lo que tenían de la cintura hacia abajo y algunos hasta llegaban a desnudarse del todo y a mostrarse insinuantes ante los demás; empezó a ver O. H. piernas bien contorneadas, traseros redondos y bien levantados, pechos turgentes, y empezó a compararse con ellos y a desear tener partes tan bien hechas y provocativas y, precisamente por lo provocativas, comenzó a sentir provocación por esos hombres y a pensar y repensar como proponerle a alguno pasar un rato juntos.

Reaccionó asustado ¡¿Cómo que con deseos homosexuales?!  Eso no podía ser.  Se puso en plan de buscar una novia para salir de esa obsesión.  No demoró mucho en lograrlo, pues recordó a Yanina, una chica que le mostraba ganas, a la que siempre le huía; la buscó y después de un par de invitaciones empezó a hacerle caricias íntimas en un cine, las que la muchacha no rechazó en absoluto, antes bien las correspondió con contactos similares.  Para la cita siguiente, él la llevó a un lugar más solitario y oscuro y ni necesitó empezar porque ella tomó la iniciativa: le deslizó de una vez la mano por entre su pantalón, le acarició los testículos con tal suavidad que él se electrizaba, luego le tomó el miembro por la base y se lo agitaba despacio, hasta que él, desesperado, suplicó por más rapidez y con ello pronto le llegó un exquisito orgasmo, una paja gloriosa, con abundantes emanaciones que ella apenas sí pudo enjugar con un pañuelo.  Allí terminaron por esta vez, un poco asustada ella, pero le arrancó la promesa de una próxima vez en la que sería él quien le exploraría todo lo suyo.


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