¡Hola Arnold! Dijo la voz de Megan desde el marco de la ventana. Aquella sonrisa tan esplendida me arrastró a la ventana de la casa donde recibiría un beso literalmente eléctrico. Acababa de terminar de hacer la cena y decidió ver si alguien quería acompañarla. Por tratarse de un gesto tan dulce no podía ser rechazado. Además Megan no acostumbra a hacerme entrar a su casa cuando su marido no está. Pero en esta oportunidad tenía algo que ofrecerme aparte de comida y era una inquietud sobre una leve escoriación que sentía en el pubis. No soy médico ni nada parecido, pero tenía escuchar sobre lo de la escoriación. A medida que me contaba sobre el dolor que sentía cuando la mano su marido posaba en la parte alta de su muslo, a mí la curiosidad me dominaba. Me puso la mano en la espalda y me dijo con firmeza:
- ¿Verdad que sí me entiendes cariño?
- Es lo que estoy tratando de hacer señora - respondí con algo de temor porque para mí lo que quería involucrarme no sé en qué.
Así que ella una vez más insistió:
- Lo de "señora" olvídalo por un momento y dime Megan. Es mi nombre, somos de confianza y estás aquí para ayudarme en una situación, ¿sí o no? Ah y noto que tienes algo en la cremallera que no te vi cuando entraste. ¿será que lo tienes paradito?
Me sonrojé y quise salir de ahí. Se había dado cuenta de que yo aparte de tener te gusanito erecto, la estaba apuntado a ella. Una vez más la pregunta:
- dime pues, ¿lo tienes paradito? porque yo en este momento no quiero morbosos.
Le contesté como la fuerza me permitió contestarle:
- digamos que tengo ganas de orinar y por eso la erección. Y para mí que lo de "paradito" es una palabra fuerte.
Con una risa entrecortada y ambas manos en mis mejillas me pidió que me pusiera de pie, lo que me hizo pensar que era para hacerme salir de su casa. Pronunció unas palabras que eran, ya no una insinuación sino una invitación directa.
- "paradito" es una palabra normal, no hay nada malo en que se te pare el bastoncito. Así que deja las tonterías y dime que piensas de todo esto. Por cierto noto que tienes un poco de arena en tu pantalón. Puedo ayudarte a sacudirla si eso no te incomoda, so miedoso.
- Pues la verdad es que sí estoy excitado y no me molesta que me quites con tu mano la arena.
Más que quitarme la arena del pantalón me frotó mucho hasta que por ahí no quedara nada. Sólo que ahora ya no estaba paradito sino paradote. Con ganas de tragármela viva de un solo bocado. Me llamó morboso cuando la morbosa era ella. Hice de todo para desentenderme de aquel enredo, pero entonces quitándose la pantaleta me dijo que el dolor en su pubis es sabroso si se lo provoca alguien con quien ella tenga confianza. Me quedé tieso por un momento sin saber qué hacer. De nuevo me frotó y bajó la cremallera. Con el disculpe de la palabra, pero yo no era más que un muñeco en sus garras. Con el pene bien duro y largo, con una mujer que aparte de ser extremadamente bella me pedía una penetración, con un ambiente de lo más exquisito para tener un placer inolvidable y sin embargo el miedo podía más que todo eso.
Lanzó la sugerencia que me haría pensar de otra manera:
- Fíjate en algo Arnold. Para lo de la escoriación me recetaron huevo con arena. Si aun te queda un poco de arena en tu entrepierna me darás una valiosísima ayuda. Así que déjate de vainas y acaríciame los muslos como que fueras un hombre y yo una mujer.
Lo hice, le pasé la mano por el muslo de forma tal que se quejó mucho por el dolor. Lo próximo fue meterle mi "gusanito" por esos labios calientes. Me sentía electrizado. Megan es mejor de lo que yo había pensado. Le dí hasta que ya casi amanecía. No la dejé dormir en toda la noche y cuando pensé que la rendía el sueño entonces la estremecí para que aguantara. Me dijo que me dejara de vainas y eso hice.
Cuando el sol asomó su luz por la habitación le pregunté:
- Bien Megan, hice lo que me pediste. Te regalé una dosis de huevo con arena. ¿qué me vas a dar a cambio?
- No pensé que fueras tan bestial Anold. No sé que vas a querer a cambio, pero cuando gustes venir a cenar o a desayunar aquí estaré a la orden. Y déjame decirte que estoy agotada, casi que me matas.
- No te mueras todavía que ahora faltan otras recetas
Agrego yo acá que la bestia fue ella por insistir en que yo la penetrara.
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