Héctor el bandido

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-Nada pri, eso ya no va

-Aja y ¿por qué?

El hombre panzón de cincuenta años se llamaba Melquiades, siempre llevaba gorra y unas ganas de chismosear que lo llevaban a él.

-¿Ya viste a ese viejo que está allá sentado? En la mesa de fritos – Señaló Melquiades con el dedo

-¿Qué tiene el viejo?

-Ese man llega todos los días, se sienta y se le queda viendo el culo a la Lucia

El hombre de treinta y cinco se llamaba Héctor. Salía de vez en cuando, en chanclas y franela, a la tienda de la esquina para que Melquiades le contara las historias del momento.

-Y entonces ¿por qué no va más? – Preguntó Héctor otra vez

Melquiades se levantó a comprar un frito en el andén del frente. Se quedó mirando un rato al viejo y cuando se reconocieron se saludaron. Héctor le hizo gracia que el viejo hablaba con Melquiades pero con fijeza seguía viendo el culo de Lucia.

-¿Qué te dijo? – Preguntó Héctor apenas Melquiades regresó

-Ese viejo está forrado en plata pri, me regaló la arepa Aja ¿y por qué dices que está forrado en plata?

Melquiades se comió su arepa y le dijo que cuando sacó la cartera vio los billetes de 50 amontonados, eran muchos según él.

-Ósea el man tiene la plata que quiere y viene todos los días a verle el culo a Lucia. Que se consiga una puta y ya – Dijo Melquiades devorando la arepa de huevo

-Joda Melquiades, ¿por qué no vas a hacer eso más? Me vas a dejar con la duda o qué

-Eso es pa desocupados pri, ya estoy viejo pa eso

El viejo se levantó de la silla y amagó con irse. Héctor se dio cuenta que le dijo algo a Lucia antes de subirse al carro y miró a Melquiades para saber si él también lo vio, pero no.

-Ese viejo va a volver mañana, a la misma hora que todos los días. Nosotros vamos a hacerle la vuelta y será la última vez que lo hagamos

-Nombe pri, déjeme sano, déjeme sano que ya tengo un trabajo por ahí…

-Un trabajo donde te pagan una mierda. Mira lo que tenemos al frente, un viejo decrepito que le podemos quitar la plata fácil. Tú mismo lo viste, la plata le pesa en esa billetera

Melquiades se recostó a pensar mientras se tomaba una gaseosa. No miró a Héctor por varios minutos, lo que dejó a Héctor intrigante pero cuando le dirigió la mirada ya sabía su respuesta.

-Ahí viene – Movió la cabeza hacia la derecha para que Melquiades viera

-Listo pri, vamos

-Espera, dejemos que lo meta en el parqueadero. Esperémoslo allá

Héctor y Melquiades se escondieron entre dos carros y esperaron que el viejo parqueara su volvo rojo. Lo hacía con lentitud y paciencia, cosa que estresaba a los dos expectantes. Cuando el viejo bajó del carro Héctor empujó a Melquiades, que se precipitó sobre el viejo. Lo jaló del brazo y le puso la cara. “Dame la billetera viejo maricón” le dijo. El disparo del cañón retumbó en el parqueadero, el primero sonó seco, el segundo como un eco más leve y el tercero lo acompañó el sonido del cráneo de Melquiades rompiéndose. La gente no tardó en llegar y cuando el viejo armado se vio rodeado Héctor corrió por la billetera que tenía Melquiades. Se fue dando pasos relajados hasta que llegó a la mesa de fritos de la esquina, donde estaba Lucia armando las arepas.

-Dame una carimañola

-¿Hoy si tienes plata? – Dijo Lucia sin mirarlo a los ojos

-¿Crees que vendría sin plata? Es más, ya va siendo hora que cierres el negocio

-Uy, ¿Tan bien te fue?

-Digamos que lo que me dijiste de la pistola era cierto – Héctor la miraba sin pestañear, ella seguía en lo suyo – No veras al viejo por acá en un buen rato

-Ese viejo me pagaba bien

-Yo te doy más – Héctor sacó un fajo de billetes y entonces por fin Lucia le prestó atención.


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