Nadie quiere ser viejo III

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Ignacio entró sigilosamente con un martillo en la mano y vio la silueta de su padre tras la cortinilla de la bañera, al mismo tiempo que se escuchaba el sonido del agua que salía del mango de la ducha. Por un momento dudó sobre lo que iba a hacer, pero cuando su padre empezó a cantar y a tararear una indescifrable melodía, sintió una enorme repugnancia que le quitó de repente cualquier atisbo de indecisión y lo golpeó fuertemente en la cabeza sin ni siquiera apartar la cortina.

Su padre cayó desplomado, arrastrando tras de sí la cortinilla, que se despegó de la barra donde iba sujeta, y aterrizando de cabeza hasta el suelo, mientras medio cuerpo aún permanecía dentro de la bañera.

Alertada por el enorme estruendo, su madre chilló en voz alta.

¿Qué ha pasado? Miguel, ¿estás ahí? No es nada mamá, me he tropezado y me he caído, tranquila, estoy bien. – respondió Ignacio con voz nerviosa-.

Pero su madre no quedo muy convencida, puesto que sabía que su marido había ido a la ducha como hacía cada mañana a primera hora para salir temprano, y le extrañó que fuera Ignacio el que estuviera allí, por lo que se dirigió hasta el baño haciendo rodar su silla de ruedas.

Cuando abrió la puerta del lavabo se encontró con una escena dantesca. Su hijo intentaba mover el cuerpo de su padre, el cual tenía la cabeza completamente ensangrentada. Entonces empezó a chillar como una loca.

Mamá, es lo único que podemos hacer, no ves que papá se comprará el nuevo medicamento y cuando vuelva a ser joven nos echará a la calle como a unos perros – le dijo Ignacio casi gritando-.

Pero ella siguió chillando y sin saber de dónde le salieron las fuerzas, se levantó de la silla y se dirigió al salón.

Ignacio decidió dejarla pensando que ya se calmaría, y mientras continuó con su tarea de recolocar el cadáver de su padre en una posición que pareciera convincente.

Cuando terminó se dirigió al salón y encontró a su madre sentada en el sofá mirando al infinito. Parecía que lo había comprendido al fin, después de todo era su madre, pensó Ignacio.

Ignacio se relajó y se recostó en el sofá, cerrando los ojos como para intentar olvidar aquellas imágenes antes de decidirse a dar el siguiente paso.

De repente sonaron unos golpes en la puerta, pero al instante esta se abrió, pues no estaba cerrada. Ignacio dio un brinco y vio ante sí a 4 policías.

¿Este hombre es su hijo y el que supuestamente ha atacado a su marido, señora?

Y mientras uno de los policías decía estas palabras los otros tres se abalanzaban sobre Ignacio, el cual presa del pánico empezó a correr por todo el salón buscando una imposible salida, hasta que en un extraño forcejeo que los llevo hasta el balcón, cayó al vacío.

Miguel era un hombre muy fuerte y eso unido a su relativa juventud biológica hizo que consiguiera recuperarse tras una larga estancia en el hospital. Su hijo le había hecho un enorme favor al haber desaparecido de su vida, sin sospechas y delante de la policía, y además le había permitido cobrar una gran indemnización que se daba a los progenitores que perdían a su único hijo.

Entonces, cuando Miguel al fin volvió restablecido a casa, pensó que era el momento de volver a los 25 años, y con el dinero de la indemnización ni siquiera tendría que vender sus propiedades para poder comprarse el CellK-5. En aquel momento observó con repugnancia a su mujer, que ya le resultaba desagradable a la vista por su avanzada edad, y sin tener en cuenta que había sido ella la que le había salvado la vida al llamar a la policía y además lo había estado cuidando en el hospital, decidió que ya era el momento de que se fuera a una residencia, pues ya empezaba a estar muy mayor para tenerla en casa. Mientras, María, que había estado esperando largamente el momento en que su marido volviera del hospital, lo miraba con devoción. Seguro que ahora la valoraría de verdad por todo lo que había hecho por él con su amor incondicional.


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