último beso

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Enviado el , clasificado en Drama
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En cinco días empezaba mi nueva vida. Me despedía de mi familia, de mis amigos. Y era difícil, pero yo me sentía feliz, expectante. Emocionada.

Sin embargo, ahora esperaba a una persona de la que no quería despedirme. Llega tarde, pero no me importa, él siempre es puntual, así que seguro hay un motivo que justifique su retraso. Me siento en un escalón y jugueteo, nerviosa, con el móvil. La gente me mira al pasar y sé que llamo la atención. Llevo la melena, lisa y oscura, suelta, ondeando a la brisa que corre. Un vestidito rojo ceñido en la cintura, corto.

Y de repente por fin llega él. Lo veo de lejos, porque es alto y guapo y tiene un no-sé-qué que le hace destacar entre el resto de mortales. Se dirige a mí con paso decidido.

Me levanto de un saltito, dejando que la falda del vestido se balancee por encima de mis rodillas, y le dedico mi mejor sonrisa. Quizás es poco humilde decirlo, pero sé que mi sonrisa ha fundido corazones. Y él me sonríe, levanta las comisuras con ese aire misterioso.

Vamos a tomar algo. Me gusta el hecho de que, siendo tan alto, no ande rápido. Odio correr detrás de la gente.

Nos sentamos, él delante de mí, y charlamos distendidamente. Seguimos teniendo esa complicidad que nos une en el trabajo pero la tensión sexual se multiplica y por un instante me siento cohibida. Me está hablando pero no sé qué dice… estoy concentrada en sus labios… en su mirada oscura… ¡quiero besarle! Pero no puedo y eso me rompe el corazón. Quiero besarle una y mil veces. Que me haga el amor… en la cama, en la playa, en el coche… en todas partes y de todas las formas posibles. Perdona, ¿qué decías?, estaba pensando cómo acostarme contigo… Pero no, nunca será así. Nunca sabré a qué saben sus labios. Y maldigo a los dioses una vez más por haber permitido que me enamorara de un hombre casado.

Apenas llevamos 40 minutos hablando pero debemos irnos. Esa era la promesa: un café rápido para despedirnos. Vale. Yo cumplo.

Vamos al coche, me lleva a casa. Sé que no es buena idea meterme en tan pocos metros cuadrados con él pero ¡qué demonios! ¡yo no tengo novio! Y, por una vez, sé taaan bien lo que quiero…

En apenas 7 minutos llegamos a nuestro destino. ¿Ya me tengo que ir? ¡Dios, no quiero! ¡No lo volveré a ver más!

-         Me ha encantado conocerte. Ojalá hubiera sido en otras circunstancias.

-         Anda, Mireia. Dame un abrazo.

Y yo le abrazo. Fuerte, fuerte.

Cuando él me abraza siento que estoy justo donde debo estar. Me envuelve con sus fuertes brazos y me siento protegida. Inspiro hondo… huele genial. Siento dolor en el estómago. No quiero separarme.

Me da dos besos. Cuando el primero es en la comisura, me alarmo. No quiero que piense que le he besado, ¡había prometido no hacerlo! Pero cuando el segundo también es en la comisura me doy cuenta de que no ha sido por falta de coordinación. El tiempo se congela. Nuestras cabezas se quedan muy juntas un instante, durante el cual pasan mil pensamientos por mi cabeza… ¿me ha besado las comisuras? ¿ha sido él o ha sido mi subconsciente? ¿puedo volver a hacerlo? ¿me odiará si le beso…? El torbellino cesa de golpe.

Sin darme tiempo, captura mis labios con los suyos. No me lo puedo creer. Me está besando. Siento un mareo intenso, todo mi ser se concentra en el beso. Le paso la mano por la nuca y empiezo a devolverle el beso. Ya es tarde.

Siento cómo se separa de mí y lo pierdo para siempre.

-         Vete, Mireia. Vete ya.

Sin pensarlo dos veces, sin mirarlo siquiera, cojo como puedo el bolso, el móvil y mi carpeta con una mano y, sin mirar si vienen coches, abro la puerta y corro. Corro sin mirar atrás. Aunque quisiera, no hubiera podido.

Al llegar a la esquina, donde ya no puede verme, me apoyo contra la pared y me cubro la cara con las manos. Me tiemblan las piernas, me duele el estómago y tengo lágrimas en los ojos. Pero lo peor es que me ha marcado a fuego con sus labios. Seguro que es sugestión, pero siento que me arden. Lo siento de veras. Y nunca antes me había pasado.

En mi cabeza retumba una cita, como si esa fuera mi sentencia: “Ese será el beso por el que medirás los demás el resto de tu vida”.


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