TOM
Tom es un perro callejero, un perro normal y corriente, pero es MI perro. Yo le quiero a él más que él a mí. Hasta diría que me ignora completamente, pero no me importa. De cuando en cuando ya me encargo yo de recordarle que existo, que estoy aquí. Llevamos juntos mucho tiempo; eso crea ciertos vínculos que yo quisiera conservar, aunque sospecho que a él le da igual. Si nos separáramos, Tom encontraría a otro que, como yo, estaría encantado con su compañía. Yo también encontraría otro perro, eso no es difícil, pero ya no sería igual. Seguro que echaría de menos su largo y suave pelo, no siempre muy limpio, cierto, ya que, como a todo perro callejero, a Tom le gusta olisquear por todas partes, a veces en sitios no muy limpios, impregnándose de olores no muy agradable que me hace soportar, pero no me importa.
Si vamos a dar un paseo por el bosque, Tom pasa por cualquier sitio entre los arbustos y soy yo el que recibe los golpes de las ramas. O, como ocurrió el otro día, dando un paseo por el campo, llegamos a un río. Yo, viendo la intención que tenía Tom de tirarse al agua, cosa que le encanta, quise dejarle ir y esperarle en la orilla pero, antes de que yo pudiera reaccionar, él ya estaba metido en el agua. Como no quise separarme de él, allá que me fui, yo, que no se nadar y que tengo pánico del agua. Menos mal que salió rápidamente y, después de sacudirse enérgicamente, se tumbó al sol para secarse, algo que agradecí, pues yo también estaba chorreando.
Mi encuentro con Tom fue un azar. Su dueño le sacó a pasear una noche y, al volver una esquina, apareció un chucho callejero que, sin dudarlo un instante, se abalanzó sobre Tom y ambos se enzarzaron en una pelea en la que Tom salió mal parado. Su dueño, viéndole malherido, le retiró el collar y le abandonó en el callejón. Tom se repuso de sus heridas y empezó a vagabundear por las calles, hasta que un día, después de rebuscar algo que comer, se fue a dormir a un parque, donde yo me encontraba. Desde ese día somos inseparables.
Un día, en ese mismo parque, nos cruzamos con una adorable perrita con la que Tom empezó a jugar y a corretear, a la que veíamos muy a menudo, para gran alegría de Tom y mía, ya que con la perrita iba la que empezó siendo mi amiga, cuya compañía me era muy grata y de la que terminé enamorándome. Este sentimiento, recíproco, nos decidió a formar una pareja, cosa que haremos lo antes posible.
A mí, para no perder a Tom, me gustaría que viviéramos juntos, en su lomo, que es el lugar más adecuado para que vivan dos pulguitas que se adoran.
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