Hirviendo IV

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Le accedería un orgasmo antes de iniciar la penetración. Se recompuso y me tumbó brúscamente sobre la cama (de nuevo los ademanes violentos de que tanto gustaba). Agarró mi erguido miembro y lo lamió, ahora si, con delicadeza, bordeando el glande con sus labios carnosos. Después se la introdujo prácticamente entera en su boca (y aunque peque de creído, no era pequeña). Lo hizo con profesionalidad. Evidentemente no era la primera vez. La detuve, había llegado el momento. Ella lo deseaba fervientemente. Lo hice despacio, no quería dañarla, pero en aquella cueva había sitio para otra.



En ese preciso instante sonó el timbre de la puerta. No quise atender. Que se fuera el inoportuno. Sin embargo, el timbre sonó con más insistencia. Entonces recordé que habíamos dejado la luz de la planta baja encendida y esto era perceptible desde la calle, con lo que el inoportuno sabía que estaba en casa y requería que le abriese. Ni caso. Debía seguir atendiendo mis tareas. Pero aquello no funcionaba porque empezaron a aporrear la puerta y ya ni ella estaba en condiciones. Me habían jodido la jodienda. Me vestí medianamente y la dejé a ella a la espera de solucionar la imperdonable interrupción, bajando la escalera aceleradamente. Cuando abrí la puerta de la calle, visiblemente molesto, me llevé una gran sorpresa. Mi ex estaba allí y, sin pedir permiso, se coló dentro. Supo por el desorden y mi desaseo que estaba acompañado. Dirigió su mirada hacia la planta superior y, sin mediar palabra se dirigió a la escalera y comenzó a subir.


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