Paseo de los Curas

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El Paseo de los Curas siempre presenta un aspecto de aislamiento, al caer la tarde aún más. Nadie transita a estas horas, la gente prefiere la avenida grande, un tránsito mayor. A mí me despeja el no ver a nadie a mi paso, me resulta agradable. Es como recorrer un túnel en el que entro y me dejo llevar. Así voy, abandonado en un pensar en cualquier cosa. Nada perturba mi estado de abstracción. Bendita paz en la que incluso los pensamientos más cotidianos adquieren valor específico porque los cargo yo mismo con florituras de ilusionista. Me permito acompasar el paso o trastabillarme a caso hecho… Que más puedo pedir. Además, el tiempo ha roto su firmeza y flota sin rumbo fijo a mis únicas expectativas. Grandioso recorrido que me puede resultar eterno o efímero, según mi estado de ánimo o la confluencia de factores propios. Ya estoy en plena efervescencia, los pensamientos cogen rumbos inescrutables… Lo que me contó María, mis respuestas breves, el encontronazo con Felipe, el bocadillo de la mañana, el sinsabor de no terminar la última partitura, la regañina de Carlos. Es como una zarzuela de retazos de todo en la que participan los actores más imprevistos, la batuta la creo llevar yo, pero es un espejismo, la lleva la química emotiva que generan los propios acontecimientos. 

A medio recorrido percibo movimientos, son casi imperceptible en la distancia. De un total aislamiento paso a un avistamiento sin concreción específica. Esto me lleva al interés, diría que me motiva lo inesperado. Es un bulto que puede descomponerse en dos, están en un lado semi ocultos, podrían ser persona o animal, cosa no, porque tiene vida. La sensación aún no está formulada me faltan elementos concretos. Algo del movimiento que me llega despierta sones o acordes inesperado, algo imperceptible comienza a girar en mi interior. Tengo sensores que se me despiertan sin autorización previa, los siento en alerta instintiva. Algo se me ronronea en mis cavidades superiores, el hipotálamo está, seguro, mucho más en alerta de lo que le presumo. Mis pasos son ahora más lentos y precisos, los podría enumerar de uno en uno. En cada movimiento caben ahora una legión de improvisados duendecillos que alardean entre sí de sabelotodo. Ya más cerca oteo ritmo en el movimiento, podría ser… Pero, no quiero quitarle el interés aún incipiente. Mi andar pierde cadencia e incluso adquiere prudencia en el sonido, me acerco con la cautela del que toma conciencia de los hechos. Un hombre de edad madura está echado hacia atrás abandonada la espalda en un lecho inclinado de tierra con hierba seca, ella, más joven, en cuclillas y con la falda arremangada, apoya sus manos en las rodillas abiertas de él y esconde glotona entre los labios su virilidad en estado supremo. Mecachis, suelto para mí, desangelado el ánimo, esto lo tengo en un abrir de ordenador, podría haber sido un encuentro fortuito con esas fantasías de las que sales héroe o malherido. Joder, bien podían haber buscado un lugar más recatado para un acto tan poco representativo. 

 


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