Ese nogal formaba parte de mí. Cuando era niño ya estaba ahí, majestuoso, prestándonos su sombra los calurosos días de verano.
Lo plantó el padre de mi padre, junto a un arroyo desnudo que había dejado de llevar agua hacía mucho tiempo. Creía que si volvían los árboles el agua también volvería.
Le costó arraigar. El abuelo le hizo un agujero profundo para ayudarle en sus primeros años. También le aportaba cubos de agua y estiércol, y lo mimaba con visitas diarias en espera de que esas tierras yermas decidieran darle una oportunidad.
Y así fue. En pocos años, como un arrecife en el océano, el nogal agitó una vida que hacía tiempo parecía dormida. El arroyo volvió a correr y con sus primeras aguas vino el bullicio y el color de la vida
A la sombra de ese nogal también nació mi padre, como un fruto que ya no se esperaba. Mi abuelo dice que ese árbol cambió la vida de la familia y que nuestras historias están tejidas por el mismo espíritu que un día nos prestó la tierra para vivir.
sebástian tull, 2018
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