El libro rojo de Max, cap. 1
Por Franz Krause
Enviado el 04/10/2018, clasificado en Adultos / eróticos
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EL INICIO DE TODO
Sucedió, como a muchos otros, de forma inesperada, en mi cumpleaños número 18. Sí, la primera vez que probé de las delicias del placer carnal, de quien menos me esperaba.
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Todo apuntaba a que sería un día pésimo, de lo peor.
Comenzando con una jornada en la Facultad de Arquitectura llena de exámenes largos, tediosos y poco prácticos. Trasladarse en una tarde de viernes de la universidad a casa era una idea estúpida, lidiar con el tráfico de miles de amargados sin sentido de alerta u orientación a lo largo de varios kilómetros de una siempre congestionada vialidad que, para colmo, es la única que puedo tomar para regresar a donde vivo, por lo que prefiero quedarme hasta tarde bien sea nadando en las instalaciones deportivas o curioseando en la biblioteca central.
Accedí a volver pronto a casa, puesto que la única mujer capaz de entenderme y soportarme se ofreció a celebrar conmigo este "día especial". Liz durante más de lo que puedo recordar había crecido conmigo y siempre estado ahí, como una hermana a quien le he confiado prácticamente todo y con quien he pasado los mejores momentos y los peores; toda una vida nuestras familias han vivido en una casona con unos cuatro departamentos divididos en los dos pisos del pequeño edificio que resistía sin el menor rasguño los embates de distintos sismos. Yo, en el número 4, vivía con mis padres en el piso de arriba, y ella, con su padre divorciado e importante miembro diplomático, en el 2 de la planta que da a la calle. Era una alegre coincidencia que fueramos prácticamente de la misma edad, ella nacida en Abril, yo en Noviembre, pero bueno, ya después entraré en detalles de nuestra hasta este punto amistosa y sana relación.
Dos horas en el tráfico que se hacían llevaderas gracias a la música de Django Reinhardt, que tenía ya seleccionada en la aplicación de streaming, paré en mi cajón de estacionamiento frente al conjunto habitacional. Llegué finalmente a la puerta de la casa de mi vecina, quien me recibió con un simple "pasa", como de costumbre. Dejé mi bulto repleto de libros y cuadernos en el rincón de siempre, y la seguí a la cocina cuyo pequeño comedor para cuatro ya tenía servidos dos platos de pasta pomodoro recién hecha. Una receta simple, si me preguntan, comparado con lo que mi madre hace habitualmente -con la misma exigencia que desempeña sus labores de chef de un importante hotel de la ciudad-.
-El tráfico está del asco ¿cierto?-. Bonito tema había planteado Liz para abrir boca, mientras ella servía un vino de mesa en unas copas muy bien cuidadas, que eran un tesoro familiar.
-Como siempre, pero son pequeños detalles a cambio de estudiar lo que quiero. Tú en cambio sólo tienes que caminar unas cuadras y además tienes un horario que cualquier persona envidiaría.
-Bueno ¿vas a decirme qué tal quedó la pasta o no?
-Perdón, mamá- señalé disgustado ante ese reclamo, y me dispuse a meterme otro bocado de comida que saboreé lentamente, dilatando adrede mi respuesta. -De diez. ¿No crees que tu padre se molestará por lo de las copas?
-Qué va, si eres como su hijo. Además, cumples 18 años, y hay que celebrar, que el mundo se va acabar- Elizabeth sonrió y se sirvió otra copa de vino. Debo agregar que estaba tan concentrado en comer que no noté ni cómo se bebió la primera.
-Salud- solté de manera sarcástica. -¿Me sirves más?
-No, acábate el vino.
Con el antojo de más comida y sin tener alternativa para saciar mi gula, me pasé el vino en un sólo trago, y remarco el "me lo pasé" dado que quería unos cuantos bocados más, insisto, la gula me puede. Para mi sorpresa lo que tuve fue más vino -casi hasta rebozar la copa- y una porción casi insignificativa de mi añorado platillo. Sabía que molestarnos mutuamente era algo de lo más normal, pero esto ya me parecía rudeza innecesaria.
-¿Qué plan tienes conmigo?- le espeté, atisbando un dejo de molestia.
-¿Yo? Ninguno, sólo que esta botella debe vaciarse y no lo haré sola. Ya eres mayor de edad, relájate.
Resignado me zampé esa ración pequeña de alimento y con el vino me enjuagué la boca, tragándolo después. Mi iniciación a la vida adulta había comenzado bebiendo, nada mal.
Mi mirada fue a reparar en la boca de Liz, entreabierta, quien parecía estar en un trance o distraída con sus pensamientos, sin notar que ella me miraba también, especialmente a mis manos que tenía entrelazadas sobre la mesa, después de colocar el plato sucio a un lado.
-Tengo un regalo para esta ocasión- saliendo de ese estado se puso de pie y se dirigió a su habitación. Yo me sentí extraño, jamás antes me había sentido atontado, probablemente porque nunca había ingerido tanto alcohol. Con cuidado llevé los platos al fregadero y las copas las puse donde estuvieran fuera de peligro. Volví a mi lugar en la mesa, aguardando el regreso de Elizabeth.
Esperaba que Liz trajera alguna de las rarezas qu tanto me emocionan, algún libro antiguo y descatalogado, o tal vez un disco de vinilo raro. Con cierto cosquilleo en las manos deseaba que no tardara en regresar ¿Qué tanto puede uno llevarse en ponerle cualquier empaque o moño a un obsequio? Justo cuando comencé a preocuparme por si ella había tenido algún problema, lo que vieron mis ojos me puso en estado de alerta.
-¿Me perdí de algo?
-Te has perdido de mucho, de hecho- dijo, mientras caminaba lentamente hacia mí, en completa desnudez. Ese estado no era nuevo para mí, incluso llegábamos a tomar la ducha juntos y no había reacciones incómodas de ninguna parte. Esto era diferente, y por absurdo que pueda sonar, no le había puesto tanta atención a su físico expuesto.
-No entiendo- fue lo que pude balbucear, dubitativo.
-Nunca has tenido novia, ni tampoco novio...
-Tampoco es que le de mucha importancia a las relaciones personales, y creo que lo demás lo he resuelto por mi propia mano- con algo de entereza le respondí, mi respiración se agitaba, por primera vez me sentía como presa, lo cual era emocionante y preocupante al mismo tiempo, parecía que el corazón iba a salirse de su lugar.
-¿Cuando podrías hacérmelo a mí? No seas egoísta- sentí como ella se sentó con las piernas abiertas de par en par, encima de mí. Sus delicadas manos se posaron en mi pecho esbozando caricias no habituales. -Ya no quiero seguir soñando, Maxi.
-¿Desde cuándo?- mis manos tomaron sus caderas acariciando de arriba abajo esa piel tersa y tibia, como por reacción automática. -¿Desde cuándo te provoco estos sentimientos?
-¿De verdad? ¿Quieres que te cuente desde cuando me toco a tu salud mientras me tienes aquí? No sabía que eras tan pervertido.
-Estás ebria y es muy posible que yo también lo esté. Nunca he estado así con alguna chica y lo sabes bien, intento comprender...
En ese instante ella me tomó del cuello y me besó sin miramientos, invadía mi boca de manera salvaje, yo apenas podía responder con torpeza, sentía que el bulto en mi pantalón iba haciéndose insoportable y como nunca sentí unas ganas incontrolables de querer liberarme. En mi mente solamente había espacio para fantasías y lujuria. Me desplacé poco a poco hasta los dulces pezones de mi perversa amante, quien soltó un jadeo indiscreto y me tomaba del pelo, señal de aprobación...
Continuará...
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