2.- EN PLENTZIA.
Miró con ansiedad el andén. ¡Tampoco había nadie!
Salió del vagón y comenzó a andar a paso ligero. Sola. El silencio era sepulcral y no conseguía ver a nadie en su horizonte visual. Empezó a temblar de pánico.
¿Qué ocurría? ¿Estaba sola en Plentzia? Parecía una enorme broma macabra. Como en las películas de ciencia ficción, después de haber caído una bomba nuclear.
¿Qué podía hacer?
¡Cómo no lo había pensado antes! Llamaría inmediatamente a Alberto. Era su esperanza. Sacó torpemente el móvil del bolso. Se dispuso a llamar, pero para su sorpresa, el móvil estaba apagado. Y no era la batería; se acordaba de haberlo cargado el día anterior por la noche. Intentó encenderlo pero no lo consiguió.
En su desesperación, empezó a correr; salió de la estación, cruzó el puente sobre la ría y se adentró en el casco antiguo. Las tiendas y los bares estaban en su mayoría abiertos. Pero no había nadie en ellos. Entró en alguno de los locales, gritando:
- ¿Hay alguien? Por favor. ¿Hay alguien?
Corrió y corrió. Gritó a todo pulmón en todas las calles. Nadie.
Estuvo así unas tres horas, fue de esquina a esquina del pueblo, recorrió una y otra vez las distintas calles, se acercó a Górliz, el pueblo más cercano, volvió a la estación. Nadie.
Acabó agotada. Ya no pudo más y se sentó en uno de los escalones de la iglesia. ¡Qué descanso!
El cansancio pudo más que el nerviosismo y se quedó dormida. Allí semi-tumbada en los escalones.
3.- EL DESPERTAR
Abrió los ojos. Tardo unos momentos en acordarse de todo. El metro, la soledad absoluta Estaba anocheciendo. ¿O amaneciendo? El silencio era absoluto. Una mujer rubia, con un chambergo beige, se acercó a ella.
CONTINUARA
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