Historia de una hora...(Anticuento dadaísta)
Por JoelFortunato
Enviado el 29/09/2018, clasificado en Cuentos
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HISTORIA DE UNA HORA
((( Anticuento dadaísta )))
En un lugar del tiempo donde el espacio ya no
importa, la expresión de los sentimientos es
el perfume geográfico, que plasma la subjetividad
planchando el suelo reflejado en una nube.
Así que la violenta miseria cambia de piel al subir
un árbol al techo sin avisarle, sin tomarlo en cuenta,
con el movimiento de los alfileres homogéneos
liberados de su ancestral angustia. Esa que va más
allá de las imágenes, que por sí sola permite entreverla,
raquítica, amplia, ocupada en disimularse.
Ahí el calculador exacto, de palabra eficaz e inteligencia
precisa, bajo la mesa como una especie de contraparte,
sólidamente arraigada a la superposición proyectada en
el rango creador. Del otro lado del pensamiento, en la
región desconocida estaba una carta escrita, bajo la
protección de la tinta invisible, de fonética temible,
a punto de sepultar las costumbres hermanas del
sincretismo tardío, de la sonrisa fingida, irreal.
El día aún no tomaba cuerpo, los minutos enfrentaban
una huelga de segundos, atrapados en pequeños cofres
de cobre, y las hienas eran peces radicales fuera del
aire, tiburones en bancarrota, humildes.
Si bien el propósito didáctico sobresale de la recreación
del futuro, las líneas esbozan una relación azarosa del
mantel qué está fuera del centro y las sillas en su sitio.
De tal manera que un cliente las invita a ir a dormir.
Una a una, hasta que terminen...
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Paré el reloj, y efectivamente, ahí estaba ella, empujando
los lentos minutos en un rumor extraño y confusa alga
de río, algarabía de panteón, casi a fuerza, la puerta estaba
cerrada y no cesaba un momento de dar gritos.
El silencio era agudo y vibrante, en un fragmento muerto
con pertinaz obsesión se agitaban las postreras contorsiones
de estupefacta expresión. En un sentido mineralógico se
propuso acompañarme hasta donde se eleva una pequeña
colina, rodeada de balsas inquietas antes de galvanizarme
con la mirada ; debió haber sido una tragedia, pero no por
culpa del recipiente pintado con descuido.
En el suelo los ladridos de ojos negros aguardaban la tarde
dispuesta a ser noche de inmediato, hecho atestiguado por
las bicicletas en ayunas.
Luego el sol se introduce tímido en las carnes de unos rayos
bermejos, tanto que sugiere la copia del modelo vivo.
Hubo quien aseguraba, maliciosamente, que el episodio fue
una miel de luna guardada en la botella con los labios, azules,
aprovechando el agresivo malestar de una carreta.
¡ Vaya !... Y como no es cualquier cosa imaginarlo, se hizo
admitir como socio del sueño, y con un sobresueldo se retiró
del péndulo sobre los asuntos de poco interés...
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En ese momento la tierra era un fiel verdugo.
Al volver del campo debería de alegrarse y consumir el
crepúsculo de la belleza desatada. La verdad es que sabía leer
y escribir, pero eso no le sirvió en los últimos diez años.
¡ Claro que no !... Si era tan obscuro, con independencia de
la esclavitud fría de los primeros candados, y de la máscara
serena de los guijarros.
Pensaba___ ¡ Y vaya que lo intentaba !.
Pero en tales circunstancias, el corazón no se andaba
arriesgando en aventuras tan peligrosas ; las manecillas
causaban el efecto de un ogro acorralado en una taza de café,
víctima de la inspiración de cualquier fósforo.
Destacaba, también, el afán por censurar los cuartos de hora,
las casas con intenciones de ser transmisoras de los sucesos
verídicos, la edad de una sombra, el ardor de una víbora,
el perfume de un hoyo ; en fin, la naturaleza rascándose
con furia las tuercas resbaladizas, y los hierros retorcidos.
Otra cosa menos preocupante, espasmódica y sonada fue la
que ignoró para atacar el continuo olvido del arroz de mal gusto.
La suerte vino, segura de que nada de esto se sabría al pie de
la letra descalza, y con las manos de las palabras en camiseta
como una tierna criatura, salió corriendo por la espalda asustada
del primer reloj que se cruzó en el camino.
Autor: Joel Fortunato Reyes Pérez.
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