¿Huirás de mí si te digo lo loco que me tienes?

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Jamás podría haber imaginado lo que pasaría esa tarde.  Todavía conservo el recuerdo de su sudor en mi cuerpo, de sus susurros al oído, como mi cuerpo se estremeció como nunca antes lo había hecho.

Como cada tarde me reservo mi rato de relax delante de una taza de café en el bar de enfrente, mientras reviso mis emails o le echo un vistazo al Twitter.

Esa tarde todo estaba tranquilo, algunas nubes cubrían el sol, pero la temperatura acompañaba.  Mi café humeaba mientras me servía el azúcar, me encanta el café muy caliente, soy una persona de costumbres.

Cuando levanté la cabeza de mi móvil para tomar un sorbo de café, le vi mirándome fijamente como ya en otras ocasiones lo había hecho.  Era un hombre muy atractivo, creo que apenas pasaba de los cuarenta años. 

Pero ese día era distinto, su mirada estaba realmente atrayendo mi atención.  Era una mirada profunda que casi hablaba, e hizo que me ruborizara y tuviera que disimular levantándome para ir al baño.

Cuando volví, no podía creérmelo, estaba sentado en mi mesa esperándome.  Mi café aún seguía allí e incluso había dejado unas cosas en la mesa, por tanto, no tuve mas remedio que acercarme.

En el momento que me vio llegar se levantó y se disculpó por haberse sentado sin pedirme permiso.  Fue tan educado y amable que no pude más que decir que no me importaba que se sentara a tomar café conmigo.

Nos sentamos y algo en mí se movió por dentro.  Me quedé muda durante unos instantes. Él se presentó se llamaba José Antonio, tenía 42 años y trabajaba en una multinacional como comercial.  Conseguí reaccionar y le conté sobre mí, aunque mientras hablaba se notaba el temblar de mi voz, su mirada era tan directa, tan provocadora, que incluso en alguna ocasión tuve que tragar saliva.

El intentó que me calmara sacando temas triviales sobre el trabajo, política y otras cosas de poca importancia, y en el momento que consiguió que yo me sintiera cómoda, me hizo la pregunta.  Huirás de mí si te hablo de lo loco que me tienes.

No pude articular palabra, me quedé paralizada, él tomó mi mano para tranquilizarme, pero lo que hizo es transmitirme un escalofrío que removió todo mi cuerpo.  Empecé a notar como me encendía por dentro, y como el solo roce de su mano hacía que apretara mis muslos.

Él notó rápidamente que mi cuerpo reaccionaba a sus palabras, y de pronto se acercó a mi oído y susurrando apenas, me dijo que había deseado hacerme el amor desde que cruzamos las miradas por primera vez.

Noté como el aliento de ese susurro hacía que mojara mi ropa interior, aquel extraño había conseguido que estuviera realmente excitada.

Suelo ser una persona comedida, previsible y nada aventurera, pero aquello me había atrapado, había conseguido que me dejara llevar, y respondí por fin a sus palabras, cogiendo su mano por debajo de la mesa y metiéndola en mi ropa interior para que notara el efecto que provocaba en mí también.

Decidimos seguir nuestra conversación en un lugar más privado.  Estaba totalmente entregada a la situación, había perdido el miedo, la vergüenza, incluso había perdido la mudez.  Camino a mi piso, nos mantuvimos en silencio, para mí era una situación rara, impetuosa e incluso peligrosa. En solo unas horas estaba dispuesta a entregarme a un casi desconocido.

Cuando entramos en el ascensor nuestra excitación era tal que no pudimos contenernos, me alzó entre sus brazos y yo le rodeé con mis piernas mientras me apretaba contra la pared, sentía como su miembro había crecido y se rozaba incesantemente contra mí, mientras me lamía el cuello y pasaba por mi escote.

Creo que tardé horas en abrir la puerta, ya que mi mano temblaba, tenía tantas ganas de entrar, como miedo a lo que después ocurriría, así que como él parecía controlar mejor esta situación se ofreció a abrir por mí y por supuesto que no me negué.

Una vez dentro realmente no sabía muy bien qué hacer, si tenía que ofrecerle una copa, si nos iríamos directamente a la habitación, por un momento me sentí como una adolescente en su primera vez.

Entonces sentí su mano en mi cuello y después otra vez ese aliento acompañado de un susurro, que me decía quiero hacerte mía, quiero darte placer, quiero que tu cuerpo se empape de mí.  Mi excitación era casi insoportable quería que me lo hiciera todo, y lo quería ya.

Sin mediar más palabras me acorraló contra una pared y mientras me quitaba uno a uno los botones de mi blusa, iba chupando con maestría mi escote y con la otra mano buscaba uno de mis pezones.  

Mi mudez se convirtió en gemidos, mientras él continuaba desnudándome a la vez que provocaba un inmenso placer en cada poro que rozaba con su boca.

Fue bajando por mi barriga hasta mi ombligo y se paró para alzar su mirada y pedir mi aprobación para quitarme también la falda y por supuesto la ropa interior.  Yo asentí sin dudarlo estaba poseída por el momento por todo lo que aquel hombre me provocaba.  Acompañó mi desnudez con la suya y no pude contener mis suspiros cuando delante de mí se presentó ese cuerpo masculino, al que tanto deseaba unir al mío.  Me levanto en brazos y me sentó en el filo de la cama, después con una mano en mis labios, y mirándome fijamente a los ojos me dijo sin vacilar, quiero darte placer hasta que las fuerzas te abandonen.

Me pidió que me tendiera y él se puso de rodillas frente a mí, noté primeros sus manos pasando desde mi pecho por mi barriga y al llegar a mi pubis, sentí como sus dedos entraban en mí y como los acompañaba después con diestros movimientos de la lengua.

Mi cuerpo no podía resistirlo, se arqueaba, se encogía, convulsionaba de placer.  Quería gritar, intentaba contenerme, pero se escapaban de mi boca gemidos, grandes suspiros.  Mi calor era tan intenso mi excitación era tal que no pude contenerme más y grité, grité de placer cuando sus movimientos me llevaron al clímax.

Su cuerpo cubierto de un maravilloso sudor sexual, se puso junto al mío en la cama, yo quería más, yo quería darle tanto placer.  Mi cuerpo ardía mientras me ponía encima de él y rozaba mis pechos sobre su cuerpo, fui bajando hasta su miembro que acaricié, estimulé hasta que creció y entonces lo introduje dentro de mí.

Cabalgué encima de él mientras veía su cara de placer, cada vez que él suspiraba o gemía más rápido me movía, sentí su miembro caliente y duro dentro de mí y su excitación comenzó a crecer tanto que acompañaba mis movimientos con embestidas de su cadera.  De pronto un grito sordo salió de su boca, el clímax había llegado, y caímos los dos exhaustos en la cama, doloridos, y totalmente llenos de sudor.   Con cuidado lo tapé con una sábana y él se volvió hacia mí y otra vez con esa mirada profunda que me había ruborizado en la cafetería me dijo. "Huirás de mí si te hablo de lo loco que me tienes".


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