EL SECRETO

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Había llegado el momento, no se encontraba bien, vestida de negro, su pañuelo calado hasta los ojos y su bastón. La anciana salió a la calle, tenía que contar aquéllo que la gran minoría ya sabía. Ocultándose como siempre Patro se acercó a la puerta de su vecina, poco más de diez eran los que habitaban la aldea, todos mayores de sesenta años. No quedaron jovenes, las ciudades los habían robado, preferían la modernidad antes que aquel aislamiento que les permitía de algún modo seguir guardando un secreto si lo tenían, pensaba ella. Cuando llegó hasta el umbral de la casa, la otra mujer la recibió entendiendo todo aquéllo que Patro le relataba.

Un hasta luego bastó para la despedida, ella sabía que no habría un después en aquel encuentro y volvió a su casa, que justo lindaba con la que recibió su confesión.
Patro murió pocos días después, la encontrarían por el olor que despedía su cuerpo que se descomponia. Su vecina no debió creer la historia, en su entierro no hizo a nadie participe del secreto que la Patro le contó. No había duda de que había llamado, para legarlo, a la puerta equivocada. La mente de aquella mujer olvidaba casi antes de recordar, por tanto un tiempo después ella también se llevo a la tumba el secreto de la Patro.

Después de dos décadas...
El pueblo seguía vivo, alguna que otra familia había vuelto a habitar aquel espacio rural.
-Precioso, se iba diciendo Marta, mientras paseaba se acariciaba el vientre.
Allí en el pueblo su estado de gestación terminaría, sería al fín madre, pariendo cómo antaño, en casa y con la ayuda de la mujer más mayor del pueblo, la más entendida en aquel menester.
Marta sería madre soltera, queriendo refugiarse en el lugar que siempre le había atraído. Su madre y sobre todo su abuela le habían hablado mucho del pueblo de la bisa Patro, que nunca quiso abandonar el lugar donde había nacido.

Su avanzado estado no le permitía ir más deprisa, estaba ya fuera de cuentas y por éso sus paseos eran ya más calmados, pero siempre hablando con su hijo al que le describía lo preciosos que eran sus paisajes. Los montes, sus laderas y cómo las noches de luna llena, ésta se reflejaba en el lago creando un paisaje mágico.
De pronto paró, echando mano bruscamente a su pubis. El dolor la hacía retorcerse, sintiendo muchas ganas de orinar.
-No, ahora no hijo, espera un poco.
Sentía que el bebé empujaba y se le salía, en ese instante rompió aguas.
Por suerte la casa de la comadre estaba a su paso, sin dudarlo fue allí, llamó tan sólo una vez y la puerta se abrió sola.
Toda una comitiva de gente parecía que la estaba esperando.
-Pasa niña, ha llegado la hora.
El dolor era horrible, nunca antes había estado en aquella situación, la sensación de que la estaban destrozando por dentro no tenía nombre. Gritaba con desesperación mientras era tumbada por una de las ancianas y otra iba desvistiendo a la parturienta.
La sujetaban por los hombros y de los brazos, impidiendo que sus movimientos molestasen a la anciana que iba a asistirla.
Delante de Marta que sudaba por el malestar, ésta se posicionó, agarrando sus rodillas abrió sus piernas, comprobando así la dilatación.
-Es poca aún, dijo, volviendo a introducir sus dedos, lo que provocaba en Marta un grito desgarrado de dolor semejante a un aullido.
-Ya está aquí, empuja niña, no pares ahora, venga, venga empuja.
Para entonces las miradas de las ancianas eran de complicidad, la que la asistía no dejaba de fijar sus ojos en aquel niño que nacía.
Aquel último esfuerzo la dejó inconsciente, pero la anciana terminaba así de recoger a su hijo.
Mirando al niño, a su madre desvalida y a sus otras comadres, la anciana les dijo, no hay duda ella es la portadora del secreto de la Patro.
Escudándose en ese instante el llanto del niño que no era otro que el aullido de un lobo.

©Adelina GN


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