DESDE AQUÍ ESCRIBO
Por Adelina Gimeno Navarro
Enviado el 18/10/2018, clasificado en Amor / Románticos
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Como siempre hacía, miró por la ventana...
Ya estoy aquí se decía.
Que diferente se veía el pueblo, es el mismo, pero todo cambia.
Esta soledad es la que busco, dormirme en las palabras quisiera, que me acunen, que la poesía me abrace, que los escritos me besen.
Sentir como jadea mi pluma dándome el placer al escribir.
Tener quisiera con ella una historia de amor prohibido que para siempre nos uniera.
Ya estoy aquí se decía...
Cuantas adversidades y faltas de sensatez habían tenido aquellos días.
El amor cuando es prohibido no limita la mente, no razonas a las sensaciones, las locuras están a flor de piel y te hacen enloquecer...
Sabíamos que fugarnos era de locos, pero así nos sentíamos. El sonido de aquella pequeña piedra golpeando en mi ventana, abría un gran agujero de libertad en mi vida y me avisaba que mi liberador me esperaba.
Besé el crucifijo y me encomende, bajando rapido a su encuentro.
No tenía que verme nadie, pues nadie debía saber mi amor por él.
Me había hecho pecar, el sabor agridulce de aquel momento permanecía en mí y no quería de sus besos olvidarme.
Me cubría la cabeza con su capa, subiéndome a su grupa.
Al paso el caballo avanzaba, la noche cerrada ocultaba mi culpa, no la de él que casado estaba.
Con delicadeza me posó en la hierba, cerré los ojos, los suyos me hipnotizaban y quería recordar al volver que era un sentir, un placer, un gemir.
Sus labios se acercaban, podía notar su calor en mi cuello y como con ellos recorría mi cuerpo.
La verdad luego recordaría, aquello era real, mentira y falso sería lo que dirían de que no me quería.
Me demostró que sí, que su amor me cubría, mientras las hojas secas debajo de mí crujían.
Un último intento provocó mi llanto que él calló con ternura y un abrazo.
Quisiera volver a tener un placer parecido, le decía.
Mientras él me sonreía, comenzaba de nuevo a complacerme, incumpliendo mis ordenes, ya que esa vez su amor fue tremendamente insultante y diferente.
Desde allí escribía Irene, una historia de amor increible.
Un sentir explícito que jamás había sentido.
El placer de una mujer plasmaba en aquel papel que la vela alumbraba.
Pecaba con las letras que escribía, queriendo saber si aquello algún día sentiría.
De algún modo lo hacía, pues su corazón fuerte latía y de amor terrenal se consumía.
Humedeciendo sus dedos la vela apagaba, metiendo el escrito en el ruidoso cajón de aquel viejo escritorio.
Se asomó a la ventana mirando al cielo, que diferente se veía el pueblo, se decía.
Mientras contaba los días que encerrada en su celda estaba.
Se desvestia, se arrodillaba y como siempre oraba.
Pidiendo a Dios perdón por sus escritos, que pese al sentir que expresaba en ellos, jamás le había sido infiel, solo aquellas eran palabras.
Y aunque el amor que escribía quería sentir, aquel que sentía para ser feliz le bastaba.
©Adelina GN
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