COSAS DE FAMILIA

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Eduardo González que vivía en Madrid y trabajaba de funcionario eb un Ministerio del Estado, cuando llegó a Barcelona que era su tierra natal para ir a visitar a su hermana Julia en su casa que se hallaba en una calle céntrica de la ciudad, la cual era un año menor que él y estaba convaleciente de una intrvención quirúrgica, le pareció que en ésta habían cambiado muchas cosas; pues bastantes locales como salas de cine, tiendas antiguas, o típicos bares habían sido sustituidos por edificios más modernos y sofisticados.

Cuando Eduardo llegó a la casa familiar en la que residía su hermana Julia sintió en su interior una emoción indescriptible ya que aquella señorial escalera le despertaba toda suerte de recuerdos de su infancia.

Tras saludar a su hermana que se hallaba que se hallaba acomodada en un sillón del amplio comedor y a su marido, el recién llegado se interesó por la salud de ella.

- Ya ves. voy haciendo. El médico dice que voy bien - respondió Julia-. ¿Y tu mujer está bien? ¿Y los hijos? - preguntó.

- Bien... Y te mandan recuerdos.

De súbito su hermana Julia miró de reojo a Eduardo como si él fuese un extraño porque de hecho los dos hermanos eran completamente distintos el uno del otro; pues Julia era una mujer que exageraba su sentido práctico de la existencia, y aparentaba un perfeccionismo familiar para disimular tanto una fragilidad anímica como cualquier desavenencia que pudiera surgir entre  sus allegados, mientras que su hermano era más soñador y se extasiaba con el mundo de la farándula., por lo que ambos no sabían muy bien de qué hablar.

- Mira. El otro día estuve removiendo cajones, y encontré una viejas fotografías de la familia - le dijo Julia a su hermano alargándole una carpeta que estaba encima de la mesa-. Si las quieres te las puedes llevar. A mí no me dicen nada. Yo ahora soy feliz con la vida que llevo, y no necesito recordar el pasado.

- Bueno. Tú misma. Ya me las llevaré - le respondió Eduardo un tanto contrariado.

- En ellas aparece nuestra abuela materna, y yo no la quiero ver. Tu querida abuela a tí te mimaba, te llevaba a todas partes mientras que a mí no sé por qué me rechazaba; no me podía ver. Y el abuelo, su marido también me despreciaba. ¿Te parece esto normal?

Eduardo pensó que su hermana le quería destruir el buen recuerdo que tenía de la infancia, como si de una especie de venganza se tratara.

- Por supuesto que no es normal. Y he pensado mucho sobre el asunto - convino Eduardo- El hecho de que unas personas determinadas hayan sido nuestra familia no justifica sus errores porque son gente como los demás. Pero vamos al fondo de la cuestión. Nuestra abuela tenía un complejo de Electra; es decir que sentía una veneración desmesurada por su padre en detrenimento de su madre, y este sentimiento arraigado en su inconsciente la llevó a cometer esta injusticia afectiva con nosotros. Sí. Nuestra abuela de pequeña su padre viajaba constantemente por razones de trabajo, y ella se quedaba con su madre la cual la maltrataba a menudo. Entonces cuando regresaba el padre a casa, mimaba a la hija, por lo que la niña adoraba como a un dios a su progenitor, dando lugar a que odiara a su madre - continuó Eduardo-. Y esta fijación mental no la dejó madurar, puesto que este mismo modelo lo proyectó a todo el mundo. Odiaba a las mujeres, y enaltecía a los hombres. Tu abuela era una machista. En cuanto a su marido, al depender tanto sexualmente de su mujer, como cualquier hombre, por extensión se había convertido en un reflejo de ella.

-¡Bueno, bueno! Eso está muy bien. Pero yo no les perdono - saltó Julia con impaciencia que no la satisfacía la explicación didáctica de su hermano.

- ¡Abre un poco tu mollera! - la reconvino Eduardo sonriendo-. Si te digo todo eso es para que veas el fondo de la cosas; que seas más objetiva y tomes distancia de lo sucedido y no te dejes llevar por el resentimiento. El caso es que por desgracia, aquí sólo se ha valorado la inteligencia práctica, racional pero no se ha atendido a las emociones de la gente que son las que siempre crean problemas.

- ¿Y nuestra madre? Era una buena mujer sí, muy alegre sí; y muy comprensiva. Pero fue incapaz de plantar cara a la abuela por su injusticia hacia mí - prosiguió Julia.

-¡Cierto!. ¿Es que te crees que la sociedad de un lejano ayer era como la que es hoy? En primer lugar tu madre temía contrariar a la abuela porque podría reaccionar de una manera histérica con gritos, y con chantaje emocional. Y en segundo lugar en aquel tiempo la gente era muy tradicional, y se veneraba sin rechistar a las personas mayores en razón de una supuesta experiencia vital, lo cual era un mito. La autoridad moral de los abuelos era indiscutible, aunque a veces también surgían peleas. Pues no existe la autopista perfecta hacia el cielo-. Expresó Eduardo lanzando una indirecta a su hermana, aunque ella no la pilló.

- Muy bien. Pero es que nuestra madre te prefería a tí más que a mí.

- En eso se equivocó. Pero es que yo era más problemático que tú, y no sabía muy bien qué hacer conmigo. A tí ella te tenía por una chica normal, pero es que yo le quitaba el sueño con mi inseguridad personal. Sin embargo, a mí nuestro padre jamás me apreció porque yo no era tan práctico como él. Ante un conflicto que yo pudiera tener con alguien fuera de la familia, por muy malo que fuese el otro, tu padre siempre defendía con vehemencia al extraño. ¿Te crees que me gustaba eso? En cambio tú eras su preferida porque te consideraba una chica avispada.

-¡No es verdad!

- Sí que lo es. En cualquier caso no quiero juzgar a nadie porque nuestra familia, como cualquier otra ha sido hija de su tiempo histórico con los límites y la ignorancia de las cosas que esta comporta. ¿Se sabía por ejemplo a nivel popular lo que era el complejo de Edipo, o el de Electra como le ocurría a nuestra abuela? Nadie sabía nada excepto los psiquiatras. Y nosotros aprendemos de los errores del pasado, y también del presente. Asi que es mejor cerrar la historia familiar, y seguir viviendo como podamos.

Y dicho aquello todos callaron.

 


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