La luz del sol penetraba las cortinas color bordó que cubrían las ventanas del dormitorio. Natalia se esperezo acompañada de sentimientos de paz y tranquilidad. A su lado estaba el hombre que amaba.
Natalia revisó su celular y, al cabo de pocos minutos, su novio se despertó la abrazó y todavía, con los ojos medio cerrados, le dio los buenos días. Ninguno de los dos quería levantarse, ni mucho pensó preparar el desayuno, pero el hambre les ganó y comieron las sobras de piza fría de la noche anterior.
Natalia evitó todo lo que pudo regresar a su casa. No le sobraba nada, debía buscar todos los días, la manera de llevar el pan a su casa, dónde la esperaba una madre inestable, que la culpaba por todo y un hermano que sobresalía en todo acto de vagancia.
Semanas después, sentía vómitos, dolores de cabeza y cansancio, se lo comentó a una amiga que fue testigo de esos síntomas y le sugirió que se haga una prueba de embarazo.
—Estás loca —dijo con ímpetu— mi novio y yo siempre nos cuidamos.
—Pero ningún anticonceptivo es infalible. No seas tonta, si no estás embarazada entonces andá al médico, puede ser algo más grave.
Finalmente Natalia accedió y, al ver los resultados, el mundo se vino encima, pues estaba embarazada y, a pesar que tenía los síntomas, su mente se resistía. Estaba muy preocupaba, sus lágrimas era el reflejo de sus sentimientos. No podía decirle a su madre, y no sabía cómo reaccionaría su novio. Se lo contó a su amiga. Ella intentó consolarla y darle fuerzas, pero no sabía hacer para ayudarla.
Una tarde, Natalia, se animó y se lo contó a su novio. Su percepción le falló de nuevo porque él, reaccionó frío, distante y lo sintió raro el rato que estuvo con él. No se comunicaron hasta dos días después, dónde su novio, expresó sus miedos e inseguridades; no quería reconocer a su hijo. Esto lastimó mucho a Natalia, quién decidió irse de su casa. La familia de su amiga la recibieron.
Volvió a tener noticias de su novio porque quería convencerla de abortar. Pero eso le preocupaba, además, si fue un accidente que no pudieron controlar, aunque fuesen responsables, ella quería tenerlo. Por qué debía abortar. Ella podía decidir entre el riesgo a perder la vida o el peso de ser madre soltera. De cualquier forma siempre sería prejuzgada por la sociedad.
El tiempo pasó y tuvo un precioso bebé. Natalia maduró, sentía lo que una mujer solo puede sentir al dar a luz, ya no se trata de ella, se trata del bebé y sus cuidados.
Pero la realidad era más cruel, no podría hacerlo sola, el miedo, la angustia, los nulos recursos para cuidarlo, hicieron que muy a su pesar abandonara al bebé. El creció en un ambiente socioeconómico bajo. Un ambiente rodeado de violencia, asesinato, muerte, vagancia, y dinero fácil. Fue un adolescente problemático, buscaba seguir tendencias para agradarles a los demás, aunque sean tendencias o hábitos estúpidos. Se convirtió en un delincuente, una carga para una sociedad que busca culpables, en lugar de soluciones, que espera soluciones mágicas, a soluciones responsables.
Cuando Natalia encontró a su hijo. Este cumplía condena por doble crimen. La culpa la invadió, acompañada de resentimiento y se lamentó haberlo abandonado. Quizá debía haber abortado. Cuando murió por sobredosis, en la cárcel, solo su madre se lamentó y la sociedad lo festejó, al librarse de una carga.
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