Es violento por dentro y calmado por fuera y no es sólo un ardid, es una lucha constante con su propias miserias. Lo ves y te imaginas lo mejor, pero te engañas, porque ese juego de apariencias al que me refiero le sirve de protección o de arma escondida a su favor o en tu contra, según se mire. Va de frente, te mira a los ojos, te seduce su aparente buena disposición, que te predispone al abandono y a la confianza. Te equivocas, deberías mantenerte alerta, ser todo lo precavido de que se es capaz, pero te dejas llevar por esa intuición que en gran medida está condicionada por las apariencias. Hablaba sin parar, pero no lo hacia de forma vana, tenía concreción y lo que es peor, entusiasmo. Algo que me falta y sé, que mueve montañas. Abrió ante mí perspectivas de futuro antes impensables, me arrolló con sus proyectos y, me agarré a ellos como un náufrago que ve una buena alternativa de salvación. Gastaba fácil, no tenía mesura, lo justifiqué presumiendo una buena situación económica, era un falso aval que además le garantizaba ante mí. Establecimos un fondo común pero sólo yo lo alimenté dando crédito a los razonables aplazamientos de los suyos.
Lo conseguimos, abrimos oficina, contratamos secretaria, empezamos a trabajar. Se relacionaba bien, nos publicitamos como mediadores, hacíamos de todo, teníamos muchos servicios convenidos que ofrecer. Me multipliqué, hice lo imposible para ir engarzando cada intermediación, era una labor ardua y encomiable. El teléfono más que un aliado se me hizo imprescindible, estaba unido a él como un bebé a su cordón umbilical.
Facturábamos a diario y bien, los ingresos entraban al banco de forma metódica. Salían, sin embargo, de manera irresponsable, porque ambos teníamos firma convenida pero la suya era incansable.
Empecé a verle poco, cada vez menos, me decía estar abriendo otros horizontes para diversificarnos. Era demoledor cuando entraba en detalles porque se me esfumaban las dudas y entraba en una especie de éxtasis, del que volvía a la pelea cotidiana con fuerzas renovadas.
El bancario de turno fue el que me puso sobre aviso cuando rebasamos los límites de un crédito del que no tenía constancia. A partir de ahí empecé a descubrir su verdadera personalidad. Ante mis recriminaciones se volvió agresivo, intolerante, mala persona. También me pudo en esta otra faceta, tenía argucias y un talento natural para el engaño y las artimañas, acabé siendo responsable de todo, a fin de cuentas él era un insolvente al que investí con una armadura de caballero que en realidad era de pura hojalata.
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