Tres generaciones

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–Estrella... ¿Qué pintas son esas que llevas?

–Abuela, voy disfrazada de la Catrina, una tradición del Día de Muertos de México.

»He quedado con mis amigas para almorzar, y de paso celebraremos Halloween.

–Jálogüin… ¡Valiente mamarrachada! Nada más que sangre y dráculas y cosas por el estilo. ¿Dónde quedó nuestro Día de los Difuntos? Cada vez son menos los que van al cementerio a visitar a sus seres queridos; es una pena cómo ha cambiado todo... ¡Si ni siquiera se comen ya castañas asadas ni huesos de santo!

»¡¿Y el Tenorio?! ¿También nos hemos olvidado de Don Juan Tenorio y Doña Inés?

–El Tenorio… ¿En serio, abuela? Qué antigua eres.

»Eso ya no se lleva.

–¡¡Anaaa!! ¡Mira lo que me está diciendo tu hija! Ahhh, si hubieras nacido en mi época... A tu edad ya llevaba diez años tu madre en el mundo, y yo trabajaba a destajo en la conservera de aceitunas para llevar cuatro pesetas a casa.

»Un escarmiento bien grande es lo que necesitáis, y no tanta tontería.

–¿Qué te pasa ahora con la niña, mamá?

–Que me ha faltado al respeto, eso es lo que me pasa. Si hubiera más mano dura otro gallo nos cantaría, pero como ahora todo son traumas…

–¡Deja a Estrella que se divierta, mamá! Ya tendrá tiempo para casarse y tener hijos.

–Tiene veintinueve años…

–Son otros tiempos.

»Y tú no vuelvas tarde. ¿Estamos?

–No te preocupes, mamá. Te llamo cuando de la fiesta.

–Llevarás cargado el móvil esta vez. ¿No?

–Sí, mamá… ¿No se te olvidará nunca?

–Anda. Vete ya y diviértete mucho.

»Te quiero, cariño.

–Y yo a ti. Y a ti también, abuela… ¡Mua! Aunque seas tan carca.

–Encima me llama «carca», la desvergonzada…

–Deja a la niña, mamá. Las cosas no son como antes.

–¡Por supuesto que no! Con tu edad estaría en el cementerio, ayudando a mi madre a limpiar las lápidas de la familia y rezando por ellos.

–Claro que sí, mamá, mientras papá se gastaba lo que habías ganado en la conservera en la tasca del pueblo…

»O comprándole vestiditos a la Manuela.

–¡No te consiento…!

–¡¿Qué es lo que no me consientes?! ¿Acaso has olvidado ya el infierno que nos hizo pasar?

–Pero hija…

–Y ahora me saldrás con que lo único que importaba era mantener unida a la familia, por muchas palizas que nos diera… A pesar de la vergüenza que nos hacía pasar todos los domingos y fiestas de guardar cuando le daba la paz a esa fulana delante de nuestras narices, para choteo y disfrute de todo el pueblo.

»Si callé entonces fue ti, pero ahora no lo haré.

–Tu padre lleva muerto ya casi veinte años; creo que ya va siendo hora de que le perdones.

–No lo haré mientras viva.

»Te has arreglado… ¿Vas al cementerio?

–Por supuesto.

–Anda, espérame un momento a que coja las llaves del coche. Está diluviando y no quiero que te enfríes.

–Gracias hija.

–Pero no me pidas que entre a verlo.

–Descuida… Esta noche ponen al Tenorio en la tele. ¿Te apetecería…?

–No me lo perdería por nada. A ver, como era… «¿No es verdad, ángel de amor, que en esta apartada orilla…?»

–«¿…más pura la luna brilla y se respira mejor?». Te quiero, hija mía.

–Y yo a ti, mamá.

 

B.A.: 2018


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