IMPETUOSIDAD ADULTERADA
La descubre en el huerto y el vergel.
Flauta o viola blanca en melodía,
en doble amor, inaudito, insufrible.
¡Van a arder!. Preso está en el lazo
de la estrella filante, del aire rugoso,
como ahogado marino, verdoso, gris,
bajo estival sosiego. ¡No lo mires!.
Extrajo ese metal sutil de su cansancio.
Porque come parcos puercos,
y a las aves entre la hierba umbría,
y más de un castillo misterioso,
y albos cisnes en el foso,
y una pradera en conmovedora danza,
y más bella que él, la lanza.
De la sombra guarda, al gélido gemido,
rumiando melancolía, matizando al matorral.
Así, camaleónicos algunos, en sus cuerpos quizás,
perduran los mordiscos del infernal incendio.
Entre las llamas que humedecen al grillo,
recortar de tiempo en tiempo,
el peluquero, el plumero, el portero,
como las únicas inmunes supercherías,
de los lobos dulces que hay en su rastro.
No puedo morir a causa de esta flor inmensa,
inmerso, insano, inescrutable,
en delatar al gris, al verde,
infierno interior que nada habita.
Como cuerpos privados de sepultura,
de sabotaje indemne, de saneada sandez,
los hombres se pasean hoy solos.
Como estrella polar no ya la espalda brilla,
angustiada lo es tan sólo formando barricadas,
por el jardín de perdida mirada,
entre soñadores inexplicables,
de la metralla al vaivén. ¡Oh, venados!.
Que en el cielo creían, el perfume y la esencia.
Es como un no deber exponer al amor, el hambre,
en la plaza pública hecha un sótano.
¡Pródigo, impávido y equívoco!.
Autor: Joel Fortunato Reyes Pérez
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