Luces en el piso

Te he visto entre la gente que abarrota la sala. Bailas entre luces multicolor al ritmo de una canción que nunca alcanzo a adivinar… te ríes de una manera que parece antinatural, como si todos los ángeles del cielo te abandonaran en ese justo momento y flotarás entre la bruma espesa del no saber qué es saber de ti. En ocasiones te tomo de la mano y me divierte tu cara de sorpresa, miras a todos a tu alrededor, intentas averiguar ¿quién te ha tocado? Acaso no adivinas que un poder curativo sale de ti y me da descanso durante algunos días, esa calma que se interrumpe al darme cuenta de que no eres el ser divino que imaginaba; es estúpido porque en un lugar como ese no podría encontrar sino lo que en realidad parece que eres: uno más de todos los demonios que lo frecuentan.

-¿Qué soy? -me preguntaste anoche, mientras redactaba el reportaje sobre el auto atentado de Manhattan.
-¿Realmente quieres saber?- te contesté. 
Entonces te reíste con esa mueca cínica mientras chupabas subliminalmente la enorme paleta roja más grande he visto en la vida, me miraste  a través de tus gafas en forma de pájaro y asentiste con la cabeza en repetidas ocasiones, después me retaste: 
-Dispara.
Al tiempo que empecé a explayarme silbabas una odiosa melodía, mientras mirabas la pantalla de tu dispositivo de realidad virtual, completamente ajena en apariencia, pero no me importó y seguí: 
-Inconsciente, libertina…
Te reíste estruendosamente y agregaste: -continúa… ¿O es todo?
-Malcriada, grosera, soberbia…
Cambiaste el tono del silbido por uno cada vez más fuerte y aturdidor, grite hasta llegar al punto dónde ya no me escuchabas, de pronto te levantaste  y se hizo el silencio, te quitaste las gafas y me miraste tiernamente, como se ve al niño cuando empieza a caminar, un temblor fuerte sacudió el habitáculo blanco y levité.
-Concéntrate y despierta, cariño - me dijo Sandro, el cantinero. 
-Es hora de marcharnos, estamos cerrando el local.