Tiene una estampa divina en la Tierra. Es extraordinario. Ha venido para lucirse, para transformar su entorno, para vivir entre miradas que admiten el descanso, pero también la lucha.
Ha visto el universo de un modo que guarda para sí. Solo los titanes que le aman y se le oponen son capaces de entender un ápice de lo que le sucede. Alberga tragedia y éxito en su existencia, como todo lo excepcional de la Naturaleza.
Gira con los tiempos, pero continúa siendo esencia. Vive el compromiso con su raza, con su genética. Es referencia, y, de algún modo, lo sabe.
Ha nacido para el triunfo y la heroicidad, que es muerte, como la base de todo lo creado. Forma parte de una antropología especial a la que cantan los poetas.
Como todo ser único se percibe incomprendido por muchos. No importa. El orden de las cosas sigue. Después de todo, no siempre conseguimos conocer las razones de lo que acontece.
Deambula por elucubraciones, y se hace realidad. Es efímero, pero de algún modo todos sabemos que merece la pena. Es el toro, el símbolo de una manera de otear y experimentar.
Juan Tomás Frutos.
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