El frío y mi lagarto
Por Jesús Sieiro
Enviado el 30/11/2018, clasificado en Varios / otros
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Hace un frío que me encoge el cuerpo. Las manos metidas en los bolsillos me transmiten un calor que da envidia a mis orejas cartilaginosas y esto, a pesar de que ellas perciben, sufren y tratan el frío con un desprecio absoluto. Los dientes me castañean, algo que ya se me había olvidado. Lo hacen sin control y poniendo en evidencia el desajuste existente entre los de arriba y los de abajo. Nunca los sentí tan desavenidos entre sí. Los dedos de los pies se me acurrucan formando cuerpo y unidad en el centro de cada zapato y aunque están más oprimidos, este hermanamiento ejemplar les lleva a la satisfacción. Podría fijar mi atención en cada una de mis otras partes anatómicas y describiros su estado constreñido pero para qué, le ibais a poner el mismo interés que a lo dicho antes y para eso, me lo callo. Os voy, eso sí, a descubrir una peculiaridad mía singular, es algo que en las pocas ocasiones que las he contado sorprende, de ahí que me aventure de nuevo.
El lagarto que me cuelga con un abandono sólo aparente, tiene habitualmente unas sutiles formas de manifestarse poniéndome en atención sobre temas siempre concretos y específicos. Pues bien, el frío le hace extravagante y sorpresivo. El elemento frío que todo lo contrae a este personaje lo suelta. Cuando se cerciora de los efectos que produce a su alrededor se envalentona, se desentumece, alardea de músculos tonificados, se yergue en apostura viril sin complejos, presenta en público una altivez que en privado, en ocasiones, se le resiste.
Imaginaros, si podéis, que arrecidos por el inoportuno elemento frío, lo contrarrestáis haciéndoos un ovillo y sentís de pronto que el lagarto, en contraste, se os expande, empuja su cabeza con tozudez sobre los elementos opresores y se manifiesta con un descaro que no resulta ni cortés, ni apropiado a la vista de los que de ordinario os rodean. Mirareis, como yo, para abajo con gesto desencajado y él en vez de asumir vuestra critica situación, persiste y alardea bravucón. Las manos entonces agazapadas en los forros internos del pantalón se os dispararán y lo sujetaran por el cuello. Ahí comenzará un lógico forcejeo. El que os observa no entiende muy bien que pasa, pero al ser evidente que hay movimiento, pensará que estáis en unas prácticas que sólo os cabe hacer en privado y la alarma saltará y, todas las miradas se centrarán en vuestro lagarto. Éste no moverá su colita porque es ella de principio a fin y proseguirá porfiante. ¿Os habéis situado ya en mi penosa situación?. Entonces comprenderéis, cuan penoso resulta tener un lagarto autónomo y descreído que alardea de Superman cuando le tocaría ser como un enano más de Blancanieves.
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