A veces creo que volviste y te instalaste en la ciudad sin avisarme… te veo disfrutando un té en el comedor de la plaza, merodeando el instituto de artes, hojeando libros en la biblioteca, escogiendo el atún para la comida en el supermercado, saliendo del teatro los domingos, incluso escucho tu risa explosiva al rebasarme mientras corro por las mañanas, y cuando me giro entra la gente, siempre apareces tú; hasta en las sombras fugitivas de los niños a las 3 de la tarde en el parque de diversiones…
Luego, ya en casa, el silencio se resume a la ausencia de tu voz indicando que la cena está lista, en ocasiones interminables me invade el aburrimiento, me desespero a mí mismo, te busco entre los asientos del café que simulan rocas lunares, me sumerjo entre las constelaciones que dibujan las pecas de tu espalda y me descubro en Orión. Al sentir vértigo caigo sobre el cometa que pasa 3 metros debajo:
-Halley –me contesta siempre que pregunto su nombre.
Al pasar sobre tu estación salto, pero calculo muy mal y acabo estrellado contra la superficie pantanosa de la bañera; también sufro mareas nocturnas, te sueño entre el bosque silbando una melodía extraña, estás dándome la espalda, caminas hacia delante, descalza, llevas un vestido vaporoso color rosa muy claro, casi blanco, un suéter verde pastel, el cabello desaliñado al hombro, volteas y sonríes, quiero decirte algo, pero no alcanzó y despierto.
Sólo abro los ojos hasta que el sol entra por la ventana para compensar el calor que se llevan tus venidas repentinas.
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