Fantasmas

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FANTASMAS

 

—Si eso es lo que quiere saber. Sí. He de admitirle que desde que desperté del coma veo algunos fantasmas. Y maldita la hora que lo conté —hace una pausa para fumar y añade—. Pero no es nada que me preocupe. Solo son almas que vagan entre nosotros.

—¿Le hablan?

—A veces —vuelve a fumar—.

— ¿Y qué le dicen? —pregunta mientras toma el bloc de notas.

—Prefiero no hablarle de ello —y aplasta el cigarrillo contra el cenicero.

—¿Le han recetado algo para esas alucinaciones?

—No. No necesito más veneno —desvía la mirada hacia el paquete de cigarrillos y con una sonrisa forzada añade—. Ya tengo bastante con esto.

—Según me ha comentado su médico es posible tener alucinaciones después de un fuerte traumatismo  en la cabeza como el suyo. Y que normalmente suele ser pasajero —mira el reloj como un acto impulsivo y continúa—. Solo le preguntaba por esos fantasmas porque hablar de ello puede sernos útil. Créame que de ningún modo pretendía juzgarla.

—¿Quiere que le diga lo que pienso de todo esto? —fuma nerviosa—. Que esos fantasmas me importan una mierda. Que esta conversación me importa otra mierda. Y que usted…— se detiene, le clava la mirada y en vez de acabar la frase, vuelve a fumar.

—Doctora, lamento que se enfade. Pero solo pretendo ayudarla —se mueve en la silla incómodo—. Debe entender lo importante que es que empiece a recordar y cualquier detalle por insignificante que le resulte puede ser importante.

El inspector de policía revisa sus anotaciones antes de continuar el interrogatorio.

—¿Qué recuerda de la agresión? —pregunta mientras observa cómo enciende otro cigarrillo.

—Muy poco. Imágenes borrosas. Saliendo de la guardia. Buscando el coche. Y después nada. Nada de nada —aparta la mirada y se limpia restos de ceniza del pantalón.

—A pesar de lo poco que hemos avanzado en su caso. Tenemos cada vez más el convencimiento que el responsable de su intento de asesinato es el conocido como asesino del martillo. ¿Qué sabe de él?

—Bueno… Lo que he leído en la prensa y lo que cuentan en los informativos. No mucho más.

—Ha cometido tres asesinatos. Todos a golpe de martillo. Y usted podría haber sido su cuarta víctima de no ser por el vigilante del Servicio de Urgencias que lo hizo huir.

Un agente de policía los interrumpe y solicita al inspector que salga al pasillo.

 

Ella queda sola. Fuma con ansiedad. Mira a su alrededor inquieta. Vuelve a fumar. Mira como buscando algo. Hasta que surge ante sí una imagen translúcida de una mujer de melena rubia ensangrentada.

—No tienes que temer nada—dice la mujer en un tono sosegado.

—Para ti es fácil decirlo. Tú ya está muerta —contesta después de soltar el humo en una bocanada que atraviesa la imagen fantasmal.

Otras dos imágenes aparecen en el rincón opuesto de la habitación. Una representa a una mujer sentada en el suelo. Morena de pelo corto y tiene la cara completamente desfigurada como si se la hubieran destrozado a golpes. La otra, anciana de pelo canoso, permanece de pie frente a la puerta por la que salió el inspector en actitud vigilante. La mujer del rostro destrozado habla con voz entrecortada y sin levantar la mirada del suelo.

—Sabes que eres nuestra única...

Las imágenes fantasmales se desvanecen en el mismo instante que el inspector vuelve a entrar en la habitación.

—A ver… —carraspea—. ¿No sé cómo decirle esto? —se vuelve a sentar soltando un suspiro.

Ella lo mira con fingido interés y suelta el humo hacia el techo.

—Han encontrado a su marido —se detiene buscando la palabra adecuada—. Muerto. Bueno, asesinado —matiza.

Ella no reacciona. Lo mira sin expresión en la mirada. Y poco a poco entra en un sollozo algo pueril hasta prorrumpir en un llanto desgarrado. Se le cae la cajetilla de los cigarrillos.

—Lo siento de verdad. Esto debe ser muy duro para usted, sobre todo cuando sepa que… —duda sobre cómo seguir y aprovecha para devolverle la cajetilla.

La mujer de melena ensangrentada le susurra algo al oído. El inspector no puede ver a ninguna de las mujeres fantasmas que permanecen en la habitación porque no se han manifestado como entidades visibles, pero sus presencias si se dejan sentir helando el espacio que las envuelve.

—Han encontrado a su marido con la cabeza destrozada —desvía la mirada hacia un lado y añade con voz tensa —con un martillo—.

Ella regresa del llanto y lo mira con expresión contrariada.

—Como podrá imaginar, todas las sospechas se centran en el asesino del martillo. Pensamos que ha actuado a modo de venganza por no haber podido acabar con su vida —usa un tono paternalista—. Pero tenga por seguro, que haremos todo lo que esté en nuestra mano para dar con él y protegerla entre tanto.

El inspector se levanta y enciende la calefacción. De repente ha sentido un frío terrible.

—Lamento, de verdad, darle esta mala noticia. ¿Desea algo? ¿Quiere que le traiga algo?

La doctora niega con la cabeza, aunque luego reacciona y muestra la cajetilla vacía.

—Entiendo. Veré lo que puedo hacer.

El inspector sale del despacho frotándose las manos ateridas. Cierra la puerta tras de sí.

—Se lo merecía. Era un cabrón. Un hijo de puta —suelta el fantasma de la anciana.

—No debes arrepentirte de lo que has hecho. Él se lo buscó —añade la morena de cara destrozada.

—Si no te lo llegamos a advertir, lo hubiera intentando otra vez hasta acabar contigo —señala la rubia.

La doctora se restriega los ojos. Suspira

—Ya visteis como confesó antes de que le diera el último golpe. Solo quería huir con su secretaria  —inspiró profundamente —y la puta herencia de mis padres. Ese dinero ha sido su veneno. Se inventó la historia del asesino en serie solo para despistar. Os mató, solo para tener una cuartada, porque su objetivo desde un principio era yo y no quería que lo involucraran.

Los fantasmas de las mujeres asesinadas se despiden de la doctora antes de evaporarse en la nada. Han cumplido con su cometido y nada las ata a este lado del mundo.

Poco después, el inspector regresa con una cajetilla de cigarrillos y antes de sentarse desconecta la calefacción.

—Qué calor hace ahora. Tome. Es lo que he podido encontrar. No sé si serán de su gusto.

—Gracias, no se preocupe, en un día como el de hoy cualquier tipo cigarrillo será de mi gusto —contesta con una expresión entre dolorida y aliviada, que al inspector le resulta conmovedora.

 


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