Mi novia de cuatro años – con la cual vivía – estaba en el asiento del acompañante mientras yo manejaba de regreso a nuestra casa. Fabiana, su amiga predilecta de la universidad, había venido a visitarla y estaba sentada detrás de mí. La había visto solo una vez anteriormente y había quedado impresionado con su belleza. Más concretamente, me había dejado caliente. A pesar de ser morocha – me fascinan las rubias como mi propia novia – no podía dejar de reconocer que tenía una cara hermosa y un cuerpo espectacular.
Varias veces había pensado en ella y las cosas que le haría si la tuviera entre mis manos. Ahora, en el auto, su perfume me estaba excitando y mis ojos iban con frecuencia al espejo retrovisor para mirarla. Deseaba que el espejo fuera más grande para poder observarla más completamente. Recordaba cómo había sentido sus tetas contra mi pecho cuando nos habíamos abrazado al encontrarnos en el aeropuerto. Me pareció, al separarnos, que mi novia María Julia había entendido lo que había pasado por mi cabeza. Cualquiera de las dos.
Cuando María Julia entró a nuestra habitación después de dejar a Fabiana en la habitación de huéspedes en la planta baja de nuestra casa, yo estaba leyendo. Mientras se desvestía me preguntó:
- Es atractiva Fabiana, ¿no?
- Sí, - dije, esperando no crear un problema – es hermosa realmente.
Una vez que María Julia se metió en la cama apagué la luz. Dos minutos después, sin poder dejar de pensar en nuestra visitante, y habiendo alcanzado una erección como consecuencia, escuché la voz de mi novia susurrando en mi oído.
- ¿Quieres bajar a verla? Tal vez te esté esperando.
- ¿Cómo? – dije, esperando haber escuchado bien.
- Esto no es por mí esta noche – dijo María Julia después de agarrarme la verga erecta. – Puedes ir. Considéralo un regalito. ¡Qué disfrutes!
Entré a la habitación de huéspedes en la planta baja y a la luz de la lámpara de noche me encontré con los ojos de Fabiana sentada en su cama… mostrándome sus tetas espectaculares como añadidura. La erección que había estado creciendo dentro de mi piyama mientras me aproximaba a la habitación creció aún más, haciéndose obvia aún con la limitada iluminación.
- Me alegra que hayas venido – dijo Fabiana. - ¿Sabe María Julia que estás acá? – me preguntó.
- Sí – le respondí mientras me aproximaba a la cama. Fugazmente se me ocurrió que mi presencia allí no era inesperada.
Me paré al lado de la cama y Fabiana no tardó ni un segundo en estirar su brazo derecho y acariciar el bulto que mostraban mis pantalones. Acto seguido giró para enfrentarme, arrojando la sábana a un costado. Tuve una breve visión de su vagina depilada pero mi atención se enfocó en lo que ella hacía.
Sus manos llevaron la cintura de mis pantalones hasta mis rodillas – cayeron hasta mis tobillos por su propia cuenta – y mi pija saltó elásticamente hacia arriba al sentirse libre. La cara de Fabiana quedó exactamente a la altura de mi hinchada pija y ella humedeció sus labios pintados de rojo intenso con su lengua. Sin demorar, su cabeza se acercó a mi verga y su lengua circundó completamente la cabeza de la misma repetidas veces. Lancé un suspiro de satisfacción y cerré mis ojos. Sentí como su lengua descendía ahora a lo largo de mi erección.
Yo había colocado mis manos sobre su cabeza pero las moví ahora hasta capturar sus tetas, que masajeé con fruición, logrando un conocimiento exacto de su tamaño. Luego apresé sus pezones que se habían endurecido y pugnaban por extenderse hacia el frente. Después de recorrer la extensión de mi verga tres o cuatro veces con su lengua, dándole también pequeños mordiscos, Fabiana la metió dentro de su boca solo lo suficiente como para estar en libertad de frotar su lengua contra la cabeza agrandada, y enrojecida me imaginaba yo.
Yo sabía que estaba súper excitado y quería ver cómo estaba ella. Retiré mi verga de esa fantástica boca y agachándome le besé esos labios rojos que tenía como puertas. Nuestras bocas se abrieron y nuestras lenguas se trenzaron en lucha para conocerse. Mientras tanto mi mano derecha se dirigió a la entrepierna de Fabiana mientras la izquierda continuaba prendida a su pezón derecho. Pude ver que ella había comprendido mi intención porque sus hermosas piernas se abrieron invitándome a que alcanzara su concha. Estaba sumamente mojada, sus jugos ya humedecían la cama. Se me escapó un suspiro de satisfacción que se mezcló con el de ella. Me enderecé y la miré a los ojos mientras lamía sus jugos de mis dedos.
- Penétrame – me dijo mientras se extendía, piernas abiertas, vagina expuesta en toda su gloria en el centro de la cama.
- Será un placer – le respondí mientras subía a su cama.
Yo no quería apurar el evento así que, de rodillas junto a ella, la besé nuevamente. Respondió con ardor mientras yo usaba mis manos para jugar con sus pezones. Moví mi boca a las endurecidas protuberancias y me ocupé de ellas primero con mi lengua y luego atrapándolas con mis labios. Mi mano derecha volvió a la entrepierna de Fabiana para juguetear con su clítoris. Sentí su mano derecha acariciando mi verga. Mi cabeza comenzó a descender hacia su pubis dejando un reguero de besos a lo largo de su cuerpo anticipándole sexo oral. Pero decidí en ese momento que reservaría hacerla disfrutar oralmente para otro momento, me coloqué sobre ella y la penetré, tal cual me lo había pedido. Su vagina estaba caliente y empapada y mi pene entró cómodamente.
Me concentré en penetrarla lenta y profundamente después de que movía la pija hacia afuera. Ella mostraba su placer arqueando su espalda y emitiendo quejidos de satisfacción. Aproveché para darle mordiscos en sus lóbulos y en su cuello y también chupar sus pezones. Después de sacar y entrar mi pija en su concha varias veces de esa manera, aumenté el ritmo y me encantó notar que ella respondía a mis embates con su propia pelvis. Comprendí que ya no podíamos detenernos.
Nuestros orgasmos fueron simultáneos y sentí como mi semen abandonaba mi cuerpo y se derramaba en su cavidad. Me abrazó con manos y piernas al tiempo que emitía un largo suspiro. Fue al terminar el mismo que escuché:
- ¿Se divirtieron, chicos? – emitida por la boca de María Julia, a quien, cuando giré mi cabeza, divisé apoyada contra la pared al lado de la puerta.
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