MANDAN ELLAS 1

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Si Rafael Fernández que era un hombre relativamente joven que trabajaba administrativo en una empresa de hilaturas estaba convencido como le habían hecho creer sus progenitores que él podía escoger al tipo de mujer que más le gustaba; aquella que le suscitara sus fantasías eróticas, andaba equivocado.

El día que en su empresa entró a trabajar de secretaria una atractiva mujer morena, de ojos grandes y rasgados, de sinuosas formas llamada Maite, por lo que Rafael al término de la jornada laboral se atrevió con toda la cortesía del mundo a acercarse a ella para conocerla mejor no tan sólo se dio de narices contra un infranqueable muro, sino que además la secretaria lo miró con una altivez insultante como si el pretendiente le hubiese faltado el respeto con una deshonesta proposición.

Rafael Fernández ya sabía que aquella chica era libre de no aceptar su compañía, pero no hacía falta que lo tratase como a un vil gusano. Y por más que él intentara en llamar su atención no conseguiría que Maite lo tomara en cuenta -y con ella ya llevaba una treintena de fracasos de faldas-, sencillamente porque aquella dama que pertenecía al grupo de mujeres que decían que "siempre se enamoraban de quienes no debían" le había echado el ojo desde el primer día a un ejecutivo que si bien era un tipo engreído, colérico y muy ambicioso a Maite le pareció que era práctico, resolutivo en sus decisiones; y además le caía un flequillo en su frente que a ella le hacía gracia. Esta predilección femenina por sujetos tan viscerales y prosaicos a juicio de muchos científicos se debía su particular biología que se decantaba más por el hombre arriesgado y cazador, que por los intelectuales, o los buenos varones.

Por lo tanto Maite se las ingenió para congeniar con aquel trabajador conflictivo y terminó casándose con él. Claro que que al poco tiempo de vivir juntos, aquel hombre tan vital pero con ramalazos paranóicos, llevado por una malentendidas confianza no dudaba en arrearle alguna que otra paliza.

Entonces Rafael desde aquel desaire que le hizo la secretaria tuvo muy claro que quienes tenían la paella por el mango, las que tenían la última palabra en la elección de pareja bajo la creencia de una supuesta sabiduría femenina eran las mujeres, y la opinión del hombre contaba bien poco.

Partiendo de esta base, se establecía una dependencia sexual-afectiva del hombre hacia la mujer. Si el señor de la casa quiere una plena relación con su compañera, éste tiene que dejarse influir por la manera de ser de ella y asumir sus puntos de vista sin discusión alguna. De lo contrario el hombre pasa a ser un tipo egoísta, por lo que se producen terribles altercados conyugales.

En aquel tiempo Rafael percibía en el ambiente un halo enrarecido por lo que respectaba al mundo de la pareja que no le gustba en absoluto.

Un día que fue a comprar el periódico en el kiosco de su barrio se le ocurrió comentar a la dueña del establecimiento que era una joven muy decidida, y que la conocía desde hacía unos años:

- Ya sé que te casas pronto. Mos más sinceras felicitaciones.

- Sí. Gracias. Pero mira. El casarse es un buen negocio. Si no funciona que siempre es probable, la mujer sale ganando. Se queda con la casa, los hijos pequeños; y encima cobra un dinero del "ex". Y es que yo pienso que en el futuro el mundo será de las mujeres, que terminaremos con la preponderancia masculina. Yo creo en la filosofía marxista y de Hegel - respondió combativa la joven.

Aquella misma tarde Rafael al salir de la oficina se fue a un gimnasio que estaba cerca de su hogar y al que acudía tres días por semana. Una vez que estuvo en el vestuario presenció un diálogo entre dos socios que le impactó.

- Vamos hombre, tranquilízate. Ahora es la peor etapa porque lo que te ha ocurrido es aún muy reciente, pero poco a poco lo irás superando - trataba de consolar sin demasiado éxito uno de dichos socios a su afligido amigo.

- Es que yo estaba enamorado de mi mujer, y no me imaginaba que esto  me llegara a suceder a mi - respondió el otro socio muy afectado-. Me ha estado engañando durante meses y yo sin saberlo, no con otro hombre, sino ¡con una mujer! Y encima me ha dicho que se entiende mejor con otra persona del mismo sexo porque una fémina es más sutil y sensible que un hombre.

- Sí. Me hago cargo - dijo su amigo con conmiseración-. Mira chico. La gente no piensa y se deja llevar por las doctrinas políticas, que en este caso vienen de los partidos políticos de izquierdas. El feminismo como cualquier otra ideología que acabe con el sufijo "ismo", aunque reclame unos derechos legítimos para poder justificarse ante el mundo necesita a un adversario que haga de "malo de la película" que ahora son los hombres. Y para ello se vale de una referencia histórica como pueda ser la lejana época victoriana. Al parecer el ser rebelde aparenta ser más inteligente, más guapo y sobre todo más moderno. Y te voy a decir una cosa - prosiguió su confidente-. Si yo me divorciara, o me quedase viudo, tal como están las cosas te aseguro que no me volvería a casar. Aunque la próxima novia fuese una madame Curi con premio Nobel incluído. No, porque muchas mujeres se han acogido a la frase de la "Pasionaria" cuando en los años 30 en los mitines que daba su partido decía: "Hijos sí, maridos no".


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