Cárcel de papel

   Sentada en la mecedora de madera, se hallaba ayer tarde la mujer de cuarenta y dos años de edad haciendo sus manualidades preferidas. Un acto en el que su entorno se detuvo por un rato y pudo sentir la armonía en su espacio en la vida. Felicidad por instantes la envolvían hasta acabar dicha tarea. Empezó atrapando una idea en su imaginación para convertirla en realidad con sus propias manos. Consistía en un laborioso ejercicio de plasmar unos dibujos hechos a mano en unas hojas recicladas. Eran unas señoritas con el pelo rubio miel con estilo de los años cincuenta y vestidos en tonos rosas y azules. Aparentaban el deseo fugaz de salir de los folios para lucir su propia belleza, pero no se movían ni decían nada. Las hojas empezaron a unirse por unas anillas de múltiples colores. Estos parecían destellos que chipeaban con vida propia, como fuego ardiendo por la pasión de seguir creciendo, de expandirse.
   Lentamente si observabas desde arriba de la habitación podías ver la ira iridiscente de la propia vida, de un propio momento, de una propia pretensión. Las paredes tan acogedoras permitían que la tranquilidad se deslizara sin miedo alguno a través del aire. El sonido se contemplaba mediante una música antigua suave e instrumental. La mecedora se balanceaba, en esta la mujer sonreía, en sus manos los dedos transformaban los objetos en algo distinto. En la nueva forma de aquella nacida libreta hecha a mano con anillas de colores, se manifestaba alegre y muy contenta. Y la mujer pasando las hojas a gran velocidad una y otra vez veía como las señoritas desfilaban al son de la música perteneciendo a su propia historia en una nueva cárcel de papel no soñada.
Unos minutos después la magia terminó y la libreta en un cajón se guardó. Quizás esa libreta esté ahí guardada durante años sin ser abierta. Como muchas otras cosas bellas que están ocultas u olvidadas para siempre.