¿Suicidio?

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Me interpela con voz preocupada

-¿Dirías que saltará?.

Me giro, a mi lado una joven con apariencia de india acompaña sus palabras con un gesto de la mano, señala a una mujer de mediana edad que, a unos veinte metros de nosotros, está subida en el amplio saliente de una ventana.

-¿Cómo se te ocurre?, suelto molesto por la mera mención de esa probabilidad.

-¡Mira!, exclama entonces ella con el rostro desencajado.

En ese instante, la mujer de la ventana da un paso rápido hacia delante y se lanza al vacío sin contemplaciones, 

-¡No!, grita la chica india con desgarro.

Estoy tan aturdido que tardo en reaccionar, no soy capaz de asumir una realidad que se muestra con tanta crudeza.

Desde donde estamos no podemos ver el otro lado donde el vacío parece abrirse sin piedad. 

Entonces, ella se sujeta a mí, ambos temblamos, ella tirita y llora desconsolada.

Miro a los lados buscando otros testigos. Estamos solos, de pie en la parte alta de la ciudad y en una especie de mirador enlozado con celosías llenas de figuras geométricas de colores pastel.

- Llama, avisa, hay que hacer algo… Me ordena con desespero la joven.

Entiendo al igual que ella que no podemos quedarnos sin hacer nada.

De forma súbita, en la distancia, vemos aparecer la cabeza y luego la cara sonriente de la mujer que creíamos sin vida. Y, como ésta, como si nada, mira para dentro de la casa a través de la ventana y se comunica con alguien del interior.

Ambos estamos atónitos, es lo último que nos cabía esperar.

La joven india comienza a reír de forma imprevista, tiene una risa nerviosa que me preocupa más que el grito y la actitud de antes. Al poco, se tambalea y a continuación tengo que sujetarla y queda desmadejada en mis brazos. 

La intento reanimar con frases de aliento, le digo

- No ha pasado nada, ha sido sólo un susto, pero ella sigue abandonada sobre mí.

Veo venir a un hombre corriendo hacia nosotros, al acercarse compruebo que es un anciano indio de melena y barba blanca, tiene los ojos enormes y desorbitados, se frena frente a mí y por el impulso hace un movimiento como de caerse. A pesar de tener en los brazos a la joven india hago un gesto para sujetarle, entonces él me mira con una fiereza que me alarma. Después, levanta el dedo y me señala mientras emite sonidos extraños, interpreto que me culpabiliza del estado de la joven india. 

Me cuesta reaccionar pero, por último, lo hago, intento explicarle lo ocurrido pero todo es tan ilógico que temo no poder hacerme entender. 

La joven india sigue inconsciente, su peso por el abandono me alarma y pienso lo peor, pierdo la entereza y me pongo a llorar con desaliento. En ese instante el pequeño mirador se llena de un gentío que no sé de donde ha salido. Dejo de ver al anciano y temo que lo hayan arrollado porque la gente empuja y me lleva hasta la barandilla que recorre todo el frente abierto. Intento proteger a la joven pero me resulta difícil, estoy extenuado y la veo tan desvalida que temo doblemente por ella. A mis costados siento los codos de los recién llegados que parecen desprovistos de cualquier sentido racional y menos humanitario. 

Grito con desesperanza y la joven resurge de su quietud de forma espontánea e imprevista, abre sus ojos y me mira con una ternura infinita. 

En ese instante, un vacío se hace a nuestro alrededor como si fueran absorbidos los presentes. Desaparecen todos salvo el anciano que se encuentra de nuevo frente a nosotros. Su gesto ahora, sin embargo, es otro, más en consonancia con la imagen que muestra ahora la joven india. Se aproxima y me hace con dos dedos una señal en la frente, como una cruz cristiana. A la vez, una sonrisa beatifica ilumina su rostro. Vuelvo la cara hacia la joven india y me encuentro con sus ojos, son ahora tan hermosos que una sensación de felicidad me invade difícilmente comparable con cualquiera otra. Soy tan feliz que me despierto incapaz de administrar todos los sentimientos que me invaden de pronto. 


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