Regresamos a casa tomando el camino más largo posible, con el cielo cayéndose a jarros.
Encontramos el pretexto de la ropa mojada, tuvimos que quitárnosla para no enfermar… Y sentí, por vez primera, tus piernas desnudas envolviendo mi espalda, justo a media cocina, el aliento agitado en mi cuello y tus manos urgentes.
Descubrí esa herida cerca de la ingle derecha que te hiciste en una mala práctica de bicicleta a los 5 años… nos fuimos llenando de ese tipo de besos dónde los dientes chocan y los poros de tu piel explotaron como minas de una tierra hasta entonces impenetrable.
Afuera, la lluvia torrencial continuaba dando las notas precisas para acompañar la sinfonía de felicidad que creamos en ese espacio de tiempo…
Al despertar te busque inútilmente entre los pliegues yertos de las sábanas.
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