Hacía poco que despunto el astro rey, presente en el firmamento, un tenue sol, todavía cubierto por la densa bruma que se evaporaba al besar la superficie del agua, desprendiéndose del horizonte, como una incandescente gota de aceite, centelleando por encima de cubierta. A su abrigo, la tripulación de pesquero, seguía faenando todos a una en pleno arrastre, recogiendo la captura con las redes atestadas de camarones, cuando se toparon con el cayuco que contenía a los jóvenes náufragos.
El patrón del barco, oteo el radar y paró motores junto a la barcaza.
Bucanero navegante de los siete mares, con más sal que sangre en las venas, hasta el punto de llamarse Gabino, cual ave costera. Curtido faenero de toda clase de pesca, en otro tiempo arponero, cuando esa pericia, se consideraba una proeza y no un cruel exterminio de ballenas.
De carácter severo y riguroso en la disciplina marinera. El capitán Gabino, como nombraban al jefe de aquel clandestino camaronero sin bandera, se jactaba de la fama que le precedía; la de ser un patrón duro, pero justo con su tripulación. Todos los que se arriesgaban a navegar con él, salían bien pagados, prueba de ello era, que a pesar de los riesgos de faenar casi siempre, al margen de la ley, a menudo en aguas atestadas de piratas, era relativamente fácil tener que enfrentarse a situaciones de alto riesgo, para lo que estaban sumamente preparados, al menos para repeler un intento de abordaje por parte de algún grupo armado, puesto que entre los aparejos, siempre tenían un pequeño arsenal, disuasorio a posibles buitres de mar. Y aun sabiendo todo, era raro, el marinero que no repetía travesía, el premio, bien valía el riesgo.
Algo debió ver Gabino en la joven pareja que rescataron, quizá un leve reflejo de él mismo, cuarenta años atrás, tal vez fue la humildad con la que agradecían su salvación, o quizás fue, un premio a su valentía, la increíble locura que cometieron los inexpertos navegantes, adentrándose en ese infinito y oscuro océano, dentro de aquel trozo de madera hueca.
Una vez los subieron a bordo, la primera reacción de los jóvenes ya en cubierta, fue, fundirse en el abrazó más sincero que nadie pueda dar, la mayor expresión de gratitud que el ser humano pueda expresar.
En respuesta, la tripulación los arropo con toallas y mantas, le dieron caldo para que entrasen en calor. El océano puede llegar a ser muy grande y frío, en aquel diminuto cayuco.
Bajó el capitán a cubierta para comprobar de primera mano el estado de los muchachos.
Fue ahí, cuando los tuvo delante, que vio el estado de deshidratación en el que se encontraban, tras varios días a la deriva y lo tuvo claro que aquellos jóvenes debieron vivir el infierno en su propia tierra, y que cualquier cosa era mejor que seguir allí.
Tuvo piedad de ellos y los acogió como a los hijos que nunca tuvo. Les proporcionó una identidad, no resultó difícil falsificar la foto de algún desaparecido de hace tiempo, les dio trabajo, y un suelo, el primero en la vida de Miranda, además de un contrato con el que tendrían opción a una vivienda en su nuevo destino. En definitiva, les dio una oportunidad de vivir como seres humanos.
En pocos días, Sebastián ya recuperado, impaciente por agradecer al patrón lo que hacía por ellos, se unió a la tripulación en lo que pudo, sin experiencia en la pesca de arrastre, se ocupó de las tareas de saneo del barco, recoger los aparejos o desenredar las redes que devolvía el océano tras la captura, y la joven Miranda, gustosa se hizo cargo de la cocina del barco, y al fin, pudieron llamar a lo que ingería la tripulación, comida.
No sabían los jóvenes como agradecer a la tripulación y a su capitán, todo lo que hacían por ellos.
Después de unas semanas, y con las bodegas repletas de camarones, era hora de regresar a casa, y pusieron rumbo al Cantábrico. Llegaron de noche al puerto de Santurtzi, en Bilbao, pegados al rompeolas, donde era más cómodo navegar con contrabando y captura ilegal. Tocaba vaciar las repletas bodegas en la nave contigua al mercado de la lonja.
El patrón discretamente, marchó a untar; es decir, a unas gestiones con el delegado de puerto, máxima autoridad a esa hora, mientras la tripulación distribuía la captura en cajas con hielo y las preparaban para la subasta en la lonja.
Tras los tratos de última hora, y una vez cobró toda la tripulación, marcharon a emborracharse tierra dentro, en busca de sirenas de secano.
En ese momento, el jefe los llamó aparte a la pareja de recién llegados, y les entregó un sobre, donde había introducido unos documentos que los acreditaba como casados, además contenía sus nuevas identidades.
- Con esta documentación podéis empezar una nueva vida aquí en Bilbao, o donde os plazca. (Les aclaró el capitán)También os he metido algo de dinero para que podáis empezar, mientras conseguía algo de trabajo. Además, os he apuntado una dirección, para que paséis la noche cerca del puerto. Id de mi parte, y os tratarán bien.
La joven pareja, al descubrir todos los planes que le había preparado el capitán, sólo alcanzaron a abrazarse a él entre lágrimas y agradecimientos, sin entender tanta gratitud hacia ellos. Y Sebastián, en su español de colonias, le habló a Gabino como a un padre, con toda la gratitud que sus parcas palabras podían explicar. No necesitaba hablar, pues su rostro mojado en lágrimas lo explicaba a la perfección, y Gabino le decía.
-No te preocupes, Sebastián, sé muy bien que estáis agradecidos, te comprendo.
Y Miranda, agarró del brazo a Sebastián y le dio varios tirones insistentemente, mientras le increpaba:
-Se lo dices tú, o se lo digo yo. (Le espetó con las manos en jarra)
-¿De qué se trata?, Preguntó el patrón. Vamos, no tengáis miedo.
Y el muchacho, avergonzado le contestó:
-Patrón, sepa usted, que siempre estaremos agradecidos por todo lo que ha hecho por nosotros, pero...
Y se trabó un momento, se sereno todo lo que pudo y prosiguió.
-Nos ha dado otra identidad, con esta documentación y aceptamos, dejar atrás quienes fuimos, nuestro pasado y el de nuestros padres...
Y Miranda, ya se cansó de esperar, viendo los rodeos que daba Sebastián para explicarse, le soltó de una vez al capitán la inquietud que no acertaba a pronunciar su novio. Y ella le habló tan claro como supo al patrón.
- Don Gabino, (se giró hacia ella el patrón) lo que le intentamos decir, es que tenemos los papeles que dicen que estamos casados, pero yo no me siento casada. Y no quiero empezar esta nueva vida, basada sólo en mentiras.
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