Se despachó la "desvalida" jovencita. Mientras el mozo quedó en silencio, aceptando que no cabía más que decir.
Entonces el patrón esbozó una sonrisa mientras les increpaba:
-¡Ya era hora, creí que no me lo ibais a pedir nunca!
Y la joven pareja, se miraban entre sí, con incredulidad, sin entender muy bien que quería decir el capitán.
-No pongáis esa cara, que mi título me da derecho y potestad para casaros. Siempre y cuando, sea aquí, en el barco y uno de vosotros esté en peligro de muerte.
Y Sebastián ingenuo contestó:
-pero patrón, ninguno está en peligro de muerte.
Y el capitán contestó.
- Tú di que no te casas y verás si estás en peligro o no.
Y los tres se echaron a reír ante la respuesta.
Y así pasó, que el capitán Gabino, caso a la pareja, entre aparejos, redes y maromas, a no más de seis millas marítimas.
Sólo les pidió una sola cosa a cambio:
-¿Sebastián, Miranda?, no necesito nada de vosotros, y sólo os pediré una cosa.
-Aprovechad cada día, valoradlo como si fuese el último, y aunque vengan tempestades, que vendrán, jamás dejéis vuestro barco naufragar. Que cuando seáis viejos, podáis mirar hacia atrás con orgullo de haber vivido una vida repleta de emociones y la bodega, hasta arriba de grandes recuerdos. Bueno, y por la autoridad que me ha sido otorgada, lo que este mar ha unido, ningún vendaval lo separe, yo os declaro, marido y mujer.
¡Vamos!, ¿o es que en Guinea no se besa a la novia?
Y los recién casados se besaron ahora sí, unidos para siempre.
Llegó la hora de despedirse cada uno por su lado. El duro patrón trató de quitarle importancia y apenas los miró marcharse, Gabino tenía una reputación que mantener, y no era plan de sollozar delante de su tripulación. Ya tendría tiempo de llorar en la soledad de su camarote. Y así fue.
Una vez llegaron a la dirección que les proporcionó el capitán, se sintieron como en casa, allí esperaban los dueños del hostal, previamente avisados. Agradecida pernocto la joven pareja unos meses, y con la ayuda de algunos paisanos, tardaron poco en encontrar trabajo y un lugar donde empezar su nueva vida.
Vinieron tiempos de estrecheces, pero estaban juntos, los dos a una podrían con todo. Llegó antes la cigüeña, que un hogar estable, fue natural, sin buscarlo y por partida doble, fruto de tanto amor.
Pero eso no los amedrento, ahora tenían un motivo, o dos, y trabajaron con más ahínco, codo con codo, así ahorraron lo suficiente para la entrada de un pequeño pisito, en la modesta barriada de lekubarri, en Barakaldo.
Allí se criaban sanos y fuertes los querubines ópalos, felices y libres. Pasaron los años muy deprisa, los cuatro eran muy felices por todo lo que les deparaba el destino, Sebastián, Miranda y los pequeños tenían todo lo que podían desear en esta vida, y lo peleaban, satisfechos de cumplir con el mandato de su amigo y salvador ; Gabino.
Orgulloso de sus gemelos, Sebastián, a menudo los miraba fijamente a los ojos captando su atención, y les decía muy serio:
-Ahora saldréis ahí fuera, os enfrentareis con el mundo que hay fuera, no será fácil, pero no estaréis solos.
Los pequeños cambiaron el semblante y miraban a su padre con admiración, escuchando lo que este les relataba:
-En vuestro interior habitan mis antepasados, los viejos ancestros que os dan toda su energía, la fuerza de África y marcan el camino a seguir. Sentíos orgulloso de pertenecer a algo más grande que esto. (Y señalaba al suelo con sus manos abiertas, y les decía).
Formáis parte del clan de los "Fang", de la tribu "bantú". ¡No lo olvidéis nunca!, "meme mot ye sihi osuiñ "(sois del país del rio grande). Hijos de Guinea, siempre en pie.
Sebastián era bantú, por que su padre lo fue, al Igual que su abuelo, y el padre de este, manteniendo vivo el clan, mantenías vivas las tradiciones de su tierra, transmitiendo a tus hijos, la sabiduría y la cultura de los mayores.
No era fácil captar su atención por mucho rato, eran aún muy pequeños, pero Sebastián insistía, para que se grabase en su pequeña memoria, las enseñanzas que depositaron en él. Para que siga viva la llama en sus hijos, en otro país, otra cultura, con otras costumbres, luchando con los avances y las nuevas tecnologías, en favor de una educación Europea.
Pero aun así, nunca se daría por vencido, era importante para él, transmitir a sus hijos la cultura que recibió siendo niño.
Se acercaban nubes negras en el firmamento. Eran tiempos difíciles los que estaban por llegar, no sólo en Bilbao, toda la península estaba entrando en la peor crisis desde la guerra civil.
Empezó a escasear el trabajo para alguien con recursos limitados como Sebastián, no tuvo opciones laborales más allá de a peonadas en distintas obras, donde no le exigían demasiados conocimientos. Únicamente voluntad y fuerza bruta. Por desgracia ellos fueron los primeros en caer, por muy voluntarioso que fuese Sebastián, lo despedían en cuanto bajaban las ventas en las viviendas.
Aunque trataba de sobreponerse a las adversidades, buscando incansable nuevos trabajos, no quiso preocupar a Miranda, y no le contaba la complicada situación que se les venía encima.
No era fácil convivir con ambas situaciones, dentro y fuera de casa. Él pensaba que ella no estaba al corriente de sus problemas laborales y mantenía una compostura delante de ella, demostrando una falsa seguridad, que tarde o temprano acabaría estallándole en la cara.
Miranda, por su cuenta y sin decirle nada a Sebastián, ante las estrecheces que empezaba a intuir, ya había tenido alguna cita con una asistenta social, donde ya le proporcionaron algunos vales de comida, además de ir de tanto en tanto, al banco de alimentos, dos calles más abajo de su casa.
Ella también tenía sus secretos.
El hogar que tanto les costó conseguir, peligraba irremediablemente.
Las cosas no iban bien, y lo que es peor, sin vistas de mejorar.
Llegó el momento de afrontar la situación, de priorizar, las necesidades básicas de cualquier ser humano, y su principal objetivo diario fue traer alimentos a casa, dejando a un lado todo aquello que fuese prescindible, y centrarse en lo verdaderamente urgente para su familia.
Eso obligó a Sebastián a posponer indefinidamente todos los pagos.
Pasó el tiempo, y nada mejoró, hacía ya más de dos años que Sebastián no tenía un empleo seguro. Únicamente salían descargas esporádicas en la lonja de Bilbo, algún remiendo con sus paisanos, o un oportuno desbroce de algunas huertas de akarlanda, en los remanso del río Nervión, y poco más.
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