Había terminado de escribir un cuento erótico cuando mi esposa Milagros entró a mi oficina. Tenía puestos esos pantalones para yoga que exponen su culo de manera espectacular. Sus cachetes redondos se han fortalecido con los entrenamientos para correr maratones… y mirarlos me ponen loco.
- ¿Qué estás escribiendo, Ignacio? – me preguntó.
- Terminé un cuento erótico – respondí, observando su cara para ver su reacción.
- Mmm, – dijo - ¿puedo leerlo?
- Desde luego – le respondí.
Se inclinó sobre el escritorio para estar más cerca de mi laptop. Su trasero quedó tan a la mano que mientras ella comenzaba a leer no me pude contener y empecé a acariciarle las nalgas. Me excité inmediatamente y sentí un hormigueo entre las piernas. Mi mano izquierda dejó los cachetes de la cola de Milagros y se metió entre sus piernas. Con la derecha me acaricié el pene a través de mis pantalones.
- Entre el cuento y tus manos me estoy empezando a mojar. – dijo Milagros. – Bájame las leggins mientras sigo leyendo.
No me hice esperar. Lentamente fui bajándole los pantalones mientras veía con placer como la carne blanca y suave de su trasero iba quedando al descubierto. Comencé a besar, lamer y mordisquear lo que iba quedando a la vista. Cuando pude, volví a colocar mi mano entre sus piernas, que ella abrió con picardía. El placer del contacto con su piel suave se transmitía directamente a mi verga. Mi boca no dejaba de ocuparse de sus dos nalgas. Cuando toqué su tanga en la zona de su concha, mis dedos se humedecieron. Mi erección ya era imparable.
- Hiciste un buen trabajo con el cuento – dijo Milagros dándose vuelta – Veamos a continuación lo que puedes hacer conmigo.
Mi esposo Ignacio todavía estaba sentado así que me incliné con mi boca ya abierta hasta que encontré la suya, poniendo una de mis manos en su nuca. Mi otra mano comenzó a acariciar el bulto entre sus piernas. Su pene estaba endurecido y pugnaba por verse libre, me imaginé. ¡Ah, cómo me gustaba su pija! Sus manos volvieron a ocuparse de mi culo y mi vulva. Sentía mis jugos mojando mi concha y sus dedos. Riéndome, me senté sobre una de sus piernas. Las mías estaban abiertas así que los jugos que fluían de mi concha le mojaron su pantalón. Seguimos besándonos. Sus manos se entretenían ahora con mis tetas, masajeándolas y dándole tirones a mis pezones.
Me arrodillé frente a él, le abrí la bragueta y saqué su verga de sus pantalones. Me costó, dado el tamaño que había alcanzado. Con mi mano izquierda comencé a masturbarlo al mismo tiempo que me ponía la pija en la boca. La cabeza de la poronga estaba brillante, roja y agrandada. Él suspiró, – no era para menos – entrelazó sus dedos en los cabellos de la parte de atrás de mi cabeza para mantenerla quieta y empezó a cogerme en mi boca sentado al borde de la silla. Lo dejé hacer por un tiempo y luego me senté en el escritorio, abrí mis piernas y le pedí:
- Lámeme.
Me sacó la tanga, la arrojó a un costado y se abocó de inmediato a lo que le había pedido. Yo sabía que le encantaban los jugos que fluían de mi vulva. Una vez que me sentí satisfecha le dije:
- Te gusta mi culo así que lo vas a tener en tus manos mientras te monto esa pija deliciosa. – Se bajó los pantalones, me di vuelta, agarré su pene con mis manos y me lo metí en la concha. Descendí lentamente, sintiendo la penetración con intensidad. Tenía las piernas abiertas y los antebrazos apoyados en su escritorio. Empecé a subir y bajar mis caderas y pude sentir que la vista de mi trasero y las penetraciones le ponían la verga más dura todavía. Me cacheteó las nalgas varias veces y yo me las imaginaba enrojecidas.
- Me voy a levantar y quiero que te sientes sobre el escritorio nuevamente – me dijo después de unos minutos. – Apenas lo había hecho acercó la silla donde estaba sentado, me abrió las piernas y se puso a lamerme el clítoris, los labios de mi concha y la entrada a la misma. Yo podía ver que se estaba masturbando para mantener la poronga dura y lista a cogerme.
- Penétrame – le dije. Se paró y arremetió contra mi cuerpo. Su pija me perforó hasta golpear mi punto G. Después comenzó el vaivén mientras yo misma me ocupaba de mi clítoris. Las manos de él se ocupaban de mis pezones que se habían endurecido y pugnaban por extenderse hacia adelante. Le puse otra vez la mano en la nuca y atraje su boca hacia la mía. Nuestras lenguas se entrelazaban con avidez.
- Date vuelta – me dijo. Lo hice, descansando mi cuerpo sobre su escritorio de la cintura para arriba. - ¿Te gusta mi culito, Ignacio? – le pregunté, aunque sabía la respuesta. Me golpeó en las nalgas con su miembro un par de veces y luego sentí como la cabeza del mismo buscaba la entrada a mi vulva. La penetración no se hizo esperar. Sus manos se clavaban casi salvajemente en mi cintura mientras su pija entraba y salía.
Se detuvo por unos segundos para darme nuevos cachetazos en las nalgas y le dije:
- Méteme un dedo en el chiquito. – Sentí como me ponía saliva en el ano y jugueteó con la punta de su dedo hasta que lentamente comenzó a metérmelo. Me encantaba la sensación y movía mi culo para aumentar el placer. Ahora me penetraba en dos de mis orificios, aunque a veces se quedaba quieto en uno.
- Ah, - dijo – con mi dedo dentro de tu culo puedo sentir los movimientos de mi verga. Muy excitante.
Estiré los brazos para que mis tetas quedaran libres y empecé a masajeármelas y estrujar mis pezones con una mano. Ignacio me estaba cogiendo más rápido ahora y comprendí que me estaba llegando el momento de tener un orgasmo, tal vez más.
- Déjame darme vuelta – le dije y entonces abandonó mis orificios. Arrodillándome, le di unas buenas chupadas a su pija empapada con mis propios jugos y luego me senté sobre su escritorio con mis piernas abiertas y mi vulva en el borde. No había terminado de sentarme cuando Ignacio me metió su miembro erecto en toda su extensión. – Cógeme, cógeme, cógeme – le dije casi sin pensarlo, sintiendo como su dureza me taladraba una y otra vez.
- Ya te estoy cogiendo, putita. Siénteme. Ahí va, ahí va. – me dijo mientras empujaba su verga con todo.
Sentí el primer orgasmo y grité, agarrándome la cara con las manos. Tal era el placer que había sentido. Pero Ignacio siguió entrando y sacando su pene endurecido y los orgasmos se sucedieron. Finalmente su verga lanzó su semen dentro de mi cavidad y le dije:
-Déjame chupártela otra vez, quiero tu leche en mi boca.
Me senté en la silla y me metí su verga en mi boca. La estrujé, la lamí y la chupé mientras su leche brotaba y me la bebía. Ignacio suspiraba.
- Felicitaciones por el cuento y por el sexo. – le dije una vez que terminé – ¡Excelente inspiración para ambos!
- Tú eres mi inspiración – me respondió Ignacio mientras me besaba.
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