Mi chico tímido

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Tenía 18 años y una vida por delante, había esperado con mucha emoción para tener la mayoría de edad y por las puras porque todo seguía igual, aún dependía de mis padres, aún vivía en su casa, aún me mantenían y aún tenía que pedir permiso para salir, bueno a mi mamá porque ella era "La Patrona".  En otras palabras, yo era mayor de edad por las huevas porque de tener independencia pues ni un poquito.

 

Me costó convencer a mi mamá para que me dejara ir de campamento a la playa con un grupo de amigos.  Ya había acabado satisfactoriamente un ciclo más en la universidad así que me merecía estos días de relax.

 

- Hola, hace muchos días que no te veo.

- He tenido entregas y finales.  -Me contó Andrés.  Yo no entendía que significaba eso de las entregas pero era una palabra que utilizaban mucho los estudiantes de arquitectura.

- ¿Qué tal te fue?  -Sentía un montón de mariposas revoloteando en mi estómago cada vez que veía sus ojitos chinitos.

- Bien, aprobado en todo.  -Claro y conciso, un hombre de pocas palabras.  Era raro ver como Andrés conversaba y se desenvolvía tan bien con las demás personas sean chicos o chicas y conmigo a penas si pronunciaba palabras, más bien sentía que a veces lo presionaba para que hablara conmigo.

- No Andrés todavía no te he probado.  -Era muy agresiva al hablarle de ese modo o al fastidiarlo, me sentía bien al verlo rojo pero cuando se quedaba mudo me daba tanta ternura y ganas de perderme entre sus brazos. Andrés miró mis labios y se puso rojo para mi satisfacción.

- Ah perdón aprobado dijiste, disculpa te entendía mal.   -Lo peor del caso es que cada vez que se ponía rojo algo me impulsaba a seguir con el juego del gato y el ratón.

 

Como que un campamento a la playa en pleno invierno no era tan buena idea, porque el cielo estaba nublado y gris como siempre y la brisa marina fría así que si debía de ponerme en movimiento en vez de estar aplastada en la arena que también estaba fría.  Jugué un rato futbol y antes de que me cayera el tercer pelotazo me rendí.

 

Sentada en la arena, el viento soplaba y traía el olor marino, tan diferente al que estaba acostumbrada, nada que ver con el de mi querida Piura. Ensanchaba el pecho para llenar de aire mis pulmones para sentir más fuerte el olor a playa, cerré los ojos para transportarme hasta la ciudad "Del Eterno Calor".  Llevaba viviendo en Lima 10 años y no había pasado ni un solo día en que no extrañara mi ciudad.

 

- Tu mente está muy lejos de aquí.  -Abrí los ojos y me encontré con un par de ojos chinitos que me sonreían.

- Hola chico de la guitarra.

- Estabas pensando en Piura y comparándola con esta ciudad oscura y gris ¿Verdad?

- ¿Tanto se notaba?

- Tus ojos estaban perdidos y tu mirada muy lejos.- Luego de decir eso, se sentó a mi lado rozándome el brazo, con tan solo ese pequeño contacto, mi cuerpo recibió una descarga eléctrica que se alojó en mis pezones, poniéndolos duros.

- ¿Tú conoces Piura Andresito?

- No, nunca he ido.

- Ah entonces podríamos ir juntos algún día.  -La nostalgia me embargó y sentía los ojos húmedos.

- Ok!  - Andrés me sonrió de una manera tierna pero no se puso rojo.

 

?Andrés me confundía mucho, me gustaba ponerlo incómodo pero el sin siquiera hablar me ponía muy nerviosa también, hacía que mi corazón se acelerara y mi respiración se entrecortara.

 

- ¿Sabes, a mí me gusta ver los atardeceres? Pero Lima siempre está nublada.   

- En Piura los puedes ver todos los días porque, aunque sea invierno siempre hay sol.  -Nos miramos y una calidez me llenó el pecho.   -¿Algún día veremos el atardecer en Piura Andresito?

- Esta bien Vanessa, te lo prometo, algún día veremos el atardecer en Piura. -Me contestó tiernamente.

- ¡Gracias! Eso quería escuchar - Me abalancé hacia él, tomándolo por sorpresa, lo abracé y le di un beso apretando fuerte mis labios contra su mejilla y pronunciando muy fuerte Muaaa - ¡Que Lindo que eres Andresito!  Me gustas mucho.   –A penas salieron esas palabras de mi boca me di cuenta de lo que había dicho, yo era impulsiva, es cierto, pero Andrés me llevaba al límite. Sentí como la cara me ardía y como el corazón latía fuertemente, lo tenía literalmente en la garganta así que no me quedó otra opción más que huir de él.

Estaba molesta por mi osadía, me ardía el estómago y sentía náuseas, quería gritar o golpear algo con todas mis fuerzas hasta que se me quitara esta sensación tan extraña que sentía.

Escapando de Andrés me había refugiado en la carpa y no me di cuenta cuando me había quedado dormida, al abrir los ojos se notaba un destello de luz, seguramente de una fogata. Me costó un tiempo reunir el valor para salir de la carpa después de convencerme que lo que había hecho no era para tanto.

 

-¡Mierda! - Se me acabó la frescura en cuanto vi los ojitos chinitos de Andrés. Al instante sentí que un calor extraño me subía por el cuerpo y se alojaba en mis mejillas.  Sentía vergüenza de mirarlo y cuando lo hacía disimuladamente sonreía como una boba.

 

?Cuando Andrés tocaba la guitarra, su mirada se perdía y asomaba un poco la punta de su lengua. Eso me daba mucha ternura, pero también alucinaba con probarla, sentirla y disfrutaba.

 

?De las canciones pasaron a contar historias de fantasmas y yo boba como siempre empecé a tener miedo, los vellos de la nuca se empezaron a erizar y tenía miedo de que alguien o algo me tocara la espalda o los hombros.

 

- Vanessa se muere de miedo.  -Se empezó a burlar alguien.

 

- ¡No es cierto!   -Grité.

?Y entonces ocurrió lo que tanto temía, un chistoso sin que yo me diera cuenta se había movido y colocándose detrás de mí, de un salto me cogió por los hombros haciéndome gritar de miedo y después llorar. 

 

?Sin esperarlo si quiera Andrés se acercó a mí rápidamente y me abrazó fuerte, le reclamó al chistoso muy molesto por la broma y después acarició mi cabello.  Nunca nadie me había abrazado de esa forma, con esa fuerza y ternura a la vez, con esas ganas de hacerme sentir su protección y cuidado; tan distinto a los abrazos que siempre me habían dado.

 

- Ya estoy bien, gracias. 

 

El calor de su cuerpo me llenó las fosas nasales de su olor, a pesar de que ya no estábamos abrazados aún lo sentía muy cerca, aún me hacía falta ese abrazo.  Particularmente odiaba los abrazos o tener a alguien tan cerca, pero con Andrés era diferente y eso me confundía mucho.  Para ser sincera yo siempre buscaba incomodarlo y ver cuando se ponía rojo, pero ahora, en este momento, ya no estaba tan segura de lo que realmente quería.  No sabía si quería volver a estar entre sus brazos o gritarle que se alejara de mí.


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