Desde el día de tu ausencia me he sentado diariamente en la misma banca, esa que está frente a la tienda de vestidos que tanto te gusta, justo a mitad del pasaje que da directo a la fuente de San Miguel. Mis acompañantes variaban entre personajes de Disney que se movían según el valor de la moneda que les regalaras, algunos cantantes de óperas tempranas, la mujer atractiva que leía la mano por cincuenta pesos y en ocasiones una orquesta que parecía la del Titanic.
Aproveche el tiempo para ponerle tu cara a los maniquíes de la vitrina, hicimos pasarelas imaginarias, me dio la oportunidad de verte en muchas facetas distintas, mi favorita sin duda la pin-up con playera del Apolo 11 y mi nombre tatuado en el brazo derecho, fumando un cigarrillo de medio lado.
Decidí no volver desde ayer, te visualice bajando del aparador y caminando a medio pasaje, vestida de un blanco inmaculado, tú cabello estrellándose contra la gravedad imperturbable, me quede completamente absorto hasta que aquel niño se acercó para preguntarte que aspecto tiene Dios.
No lo sé, pero seguro podemos averiguarlo ahora –le contestaste-.
Cuando reaccioné los busque entre la gente, pero solo me encontré con mi reflejo en el cristal vecino.
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