Estoy viéndote justo ahora, sentado en la tercera fila del Teatro Principal, ensayas con esa expresión de concentración que te pintas en el rostro cuando estás en una plática que de verdad te interesa. Al final del ensayo me acercaré lentamente a saludarte, tengo pensado utilizar un discurso que guardaba desde antes de nacer.
El anillo es el que te gusto en la tienda de los refugiados franceses, ajustado a medida; así que, si te lo preguntabas, sí, fue la causa de mis ausencias durante algunos días. Entenderás que un vendedor de libros no tiene mucho trabajo en tiempos de guerra; estuve atrincherado a pan y agua mientras llegaba la ayuda de fin de mes que me envían las editoriales. Ahora me da risa confesarlo: he debido usar los tirantes desgastados de los tiempos del colegio, pero en su momento dude seriamente de mí mismo.
En cinco minutos tengo que bajar a la salida de artistas para encontrarte, me sudan las manos y las rosas empiezan a ponerse oscuras, -mi madre dijo que no debí comprarlas tan temprano, pero no atendí su consejo-.
Si estás leyendo esto es porqué me aceptaste la propuesta… siempre existe el riesgo de inventar las cosas cuando viajas solo, entonces al hacer el viaje de la vida juntos mis recuerdos tendrán una contraposición sana, así podremos corregir aquello que en mi emoción o estupidez no esté contando de manera correcta.
Podremos contarlo juntos.
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales