Se me eriza el vello y tiemblo de excitación. Todos mis poros transpiran al unísono. No puedo volverme atrás aunque quisiera, tal es la fuerza de atracción que me hace seguir en esta experiencia recién iniciada.
La oscuridad aún siendo casi completa me permite percibir las figuras que como sombras se mueven sigilosamente a mi alrededor. Nos envuelve el sonido apagado o contenido de nuestras propias respiraciones entrecortadas, constituyen como una sinfonía natural excitante.
Sin proponérmelo emito un sonido gutural, es por la proximidad de los otros cuerpos que me alteran. Sus roces casi imperceptibles me producen una sensación de descontrol que supero no sin cierta dificultad.
Me apercibo de que el número de personas que ocupamos este espacio limitado va en aumento y como todos nos movemos sin rumbo, inevitablemente, cada vez los roces son más continuos.
La temperatura ambiental ha subido unos grados a la vez que un mestizaje de olores va cargando la atmósfera sin que por ello me encuentre incómodo.
Me embarga cierto abandono físico y se adueña de mí un mayor interés por todo cuanto ocurre a mi alrededor.
Siento el contacto de unos dedos largos y delgados que se deslizan por mi brazo en una suave caricia, no tengo capacidad de respuesta. Quedo atrapado en un sentimiento contradictorio de deseo y rechazo. La caricia no sigue y me siento decepcionado por ello.
Un cuerpo se aproxima entonces por el costado y sus vellos se entrelazan con los míos a modo de antenas y me separo instintivamente. Otro cuerpo se acerca y a mi contacto queda quieto, como a la espera, su fina piel transpira como la mía y un suave olor natural me llega sugerente, doy respuesta a su acercamiento y nuestros cuerpos ceden a un contacto más manifiesto.
El movimiento de personas paulatinamente va tan en aumento y en un corto espacio de tiempo la proximidad es mayor, el contacto de varios cuerpos a la vez es inevitable. A tal punto, que los roces se hacen continuos y múltiples. Estoy quieto y siento directamente en diferentes partes de mi cuerpo otras partes diferentes de otros cuerpos.
Estamos aliados por la proximidad y simplemente con abrir los dedos percibo su contacto. Por segundos se hace más evidente las diferentes propuestas, pero antes de que pueda poner en orden mis deseos, las de los otros van incidiendo sobre mí de forma directa.
Los velados roces son ahora sustituidos por caricias. Conforme éstas se intensifican, siento el descontrol y toma cuerpo con definición mi virilidad hasta ahora gozosa pero en espera.
Como si con ello cediera a las pretensiones de esos otros que me reclaman o como si diera licencia abriendo una ventana por la que invadirme, todo mi cuerpo se siente masajeado. Húmedas caricias recorren mi espalda, hombros y brazos. Más que abandonarme cedo en mi entrega, entonces cada caricia se amplía, cada movimiento me acerca a otros cuerpos y me aproxima a otras voluntades también entregadas y deseosas. Otros miembros de músculos largos y poderosos y hendiduras cuál frutas maduras emergen y se me frotan.
No puedo casi moverme, percibo una amalgama de olores a transpiración y deseo. El calor húmedo y próximo se va sumando al deseo carnal que me baja, dando sustento y fortaleza a un miembro totalmente expansivo y desafiante.
Toda la atención de mi alrededor se centra de forma magnética en mis dos zonas vitales y las húmedas definiciones de deseo bajan hasta localizarse en ellas. Con delicadeza, a la vez que con decisión, abren en un complot sin voz mis muslos contenidos y las caricias se ceban con endemoniada precisión en mis inflamadas y sensibles zonas viriles. Unos dedos se encargan de ir abriendo con sabiduría y habilidad la cerradura de mi esfínter celoso de su intimidad.
Siento también yo la necesidad de acariciar y sentir otros cuerpos como míos. Busco y encuentro en toda plenitud otros miembros vigorosos que oprimo, mientras acaricio comparo, investigo hasta encontrar notas acordes e incitantes, que me obligan a prolongar las caricias, a buscar esos otros lugares.
Una garganta voraz engulle toda mi fortaleza hombruna y entonces abandono otros deseos y me concentro en dar movimiento y ritmo a la cabecita de melena corta y rizada que obediente sigue mis indicaciones, noto como la sitúa entonces entre sus labios carnosos y como su lengüecita describe círculos endiablados.
Otra caricia húmeda por detrás (ya desbordado y sin guardián aguerrido en su puerta), toma una consistencia desafiante, ya no sé, en cuál de las dos deseo mayor intensidad. La boca voraz deja mi verga enarbolada y se eleva con un roce continuo hasta alcanzar mis tetillas, después sube y se me funde en un beso que deja en alerta todos mis sentidos.
Se da la vuelta ofreciéndome su flor de labios grandes e hinchados, que desprende un fuerte olor a hembra enloquecida de deseo. Me cuesta entrar en ella a pesar de la sabia abundante con la que me recibe, pero una vez traspaso el umbral, se inicia un concierto de giros y movimientos indescriptibles.
Todo a mí alrededor es ya una nota única, ya no existen respiraciones entrecortadas por la emoción inicial sino por la agitación de los movimientos intensos, un ronroneo se extiende y los primeros grititos dan paso a los términos más procaces y desvergonzados.
Poco después de entrar en la mujer de pelo encaracolado una virilidad desafiante me roza y busca con denuedo por detrás para entrar en mí, pero a pesar de que ha ido acomodándose a mi ritmo, no consigue su propósito, pero sí, el de elevar considerablemente mi enervación, a tal punto, que la mujer se siente invadida con tanta fuerza que aúlla en vez de gritar (tiene voz ronca y desarbolada).
Se le abren las puertas del infierno y de la gloria y me suelta los epítetos más obscenos hasta quedar inerme, mientras yo sigo con desesperación hasta que rompo mi dique interno y la lleno de lava hirviendo.
La virilidad vuelve a intentarlo por detrás pero encuentra su puerta cerrada a cal y canto, me muevo tomando de ella distancia, a la vez que la hembra ya satisfecha se me abraza y funde conmigo, encontrándose con mi alma que hasta entonces estaba huida y despistada.
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