Te mueves al ritmo de quien se inspira por una soledad, o puede que por una malagueña. Te imaginas en una taranta, con sueño, viendo el destino en la faz de un toro, que escucha, de algún modo, un martinete.
Mueves los brazos como la Naturaleza, con lentitud y seguridad, con gracia. Es un baile ritual, de consideración al mundo, a ti, en pos del mejor anhelo, que te embarca en la emoción contenida.
Te llenas del momento. Cambias el tercio, y reclamas más atención. Todo está prestado. Es así. La vida es de esta guisa. No se trata de analizar, sino de comprender.
Bailas, caminas, toreas, rezas, acompañas, experimentas la soledad. Estás con alegría y tristeza en el "tablao" y en el albero. Cruzas el umbral, y todo es incertidumbre, que te sube la adrenalina.
Casas con tu público, y éste contigo. Nos ennoblecemos mutuamente. Llamas a las puertas de unos corazones que hace cientos de años que viven en comunión. Ya se sabe que no es cuestión de cantidad, sino de calidad.
Sales en busca de la suerte, en el baile, toreando, y ahí está, ella, pendiente de ti, y, claro, tú de ella.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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