Nos citaron temprano esa mañana. Salvador queria reunirse con la juventud, urgente, en La Moneda. Eramos un grupo del Mapu UC y dejamos todo, y fuimos alla.
A las once seriamos solo cinco mil incondicionales. Pero pasaban horas de horas y nada, no habia noticias. Sin desayuno, mal dormidos, fatigados por los trabajos voluntarios, el grupo fue mermando.
A las siete de la tarde no eramos mas de cincuenta. Nos dejaron entrar, y el Presidente estaba junto a las escaleras donde se agruparon como polluelos los compañeros y compañeras, para hablarle, tocarle y escucharle.
Yo observaba la conmovedora escena desde el prado de abajo. Darle la mano hubiese sido un compromiso de morir con el. Recorde a mi madre sola en casa, mientras caia la noche, toda llena de infaustos presagios.
Dejando parte de mi alma con mis camaradas, amigos, y compañeros,
absortos del Ideal, y con Allende, el democrata de la Utopia Socialista, parti a mi casa.
Mi madre de negro, viuda y llorosa, me aguardaba con ansiedad.
Era la primavera de 1972.
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