Te conocí dando tu primer beso a los diez en el patio de la escuela, perdiste en alguno de esos juegos de niños que se antojan trepidantes a esa edad. Miraste a tu alrededor y por una fractura del destino te detuviste en mis ojos, como buscando mi aprobación, te mire con el mismo miedo y con la cabeza te di a entender que sí, tenías que hacerlo.
Desde entonces hemos cursado todos los años juntos, sino en la misma aula, en el mismo colegio, y bueno… no quisiera terminar el curso sin decirte, con mi cobardía habitual y aunque sea en papel, que siempre me ha encantado la manera en la que utilizas los “ajá” cuando estás inmiscuida en una plática que no te interesa, la forma en la que repites la palabra –exacto, correcto- y esa expresión en tu rostro como si estuvieses prestando la mayor atención del mundo cuando en realidad estás pensando si lloverá por la tarde y la ropa volverá a mojarse.
Mejor amigo -me llamas-. Mejor amigo, necesito una sugerencia. Mejor amigo, ¿te puedo apoyar en algo? Mejor amigo, me enamore de otro y no fue lo que esperaba… Mejor amigo, ¡reacciona!, a veces eres un poco raro, pero no sé qué haría sin ti.
Julia, amiga, estoy embarrado ahora en el lodo del amor primario… yo me imagino constantemente navegando por los ángulos irregulares de tu cuerpo, incluso los más agudos, me hipnotizan los laberintos de tu caligrafía obtusa y tú ortografía siempre correcta. Quisiera, con rosas en la mano, dedicarte frente a todos en clase de literatura un poema de Villaurrutia… ser la geografía donde tus pasos caminan a salvo, la razón de la anatomía indescriptible de tu sonrisa…
En pocas palabras, quisiera decirte que te quiero y te deseo, hasta hoy de la A hasta la X por qué Y o Z son variables en las que aún no logró interpretarte.
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