Chocolate con leche 3

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Después de que Mabel le hizo el amor a mi marido en nuestra casa al mismo tiempo que yo me acostaba con el suyo en la de ellos, nos encontramos en un café para compartir experiencias. Luego ella me propuso encontrarnos en su casa, en ausencia de su marido, para hacer el amor. Mabel, de raza negra, me confesó en esa oportunidad que no solamente no había hecho el amor con una mujer blanca como yo sino con ninguna mujer. Estábamos iguales, así que sin pensarlo mucho acepté su invitación.

Desde que éramos amigas siempre había admirado el cuerpo de Mabel y me había imaginado muchas veces cómo sería besar su boca, acariciar sus oscuros pechos, besarle las nalgas achocolatadas, chuparle la concha. A juzgar por su propuesta, ella debe haber estado pensando lo mismo con respecto a mi cuerpo.

Todos estos razonamientos los estaba teniendo mientras conducía mi coche hacia su casa, habiendo dejado a mi marido entretenido con una documental sobre un desierto africano. A medida que me aproximaba a la casa de Mabel no podía evitar la excitación que tenía. La misma se reflejaba en mis pezones que se iban endureciendo y mi vagina que se estaba humedeciendo. ¿Por dónde comenzaríamos?

Mabel se encargó de este último detalle ya que apenas cerró la puerta detrás de mí, me besó con pasión con sus labios pintados de rojo y sabor a vainilla. Puse mis manos en sus nalgas, apreté su cuerpo contra el mío y le correspondí.

- Mientras conducía hacia acá me estaba preguntando cómo íbamos a iniciar esta aventura. – dije riendo – Parece que habías hecho planes al respecto.

- Sin dudas. Y tú, ¿tienes planes?

- Hacerte gozar lo más que pueda, – le contesté – con mis manos, mi boca y todo mi cuerpo.

- ¡Démonos un baño! – propuso, mientras me tomaba de la mano e iniciaba nuestro viaje hacia el baño.

Una vez que el agua comenzó a llenar la bañera simultáneamente levantando espuma, nos besamos al mismo tiempo que nos ayudábamos mutuamente a desnudarnos. Ver los senos de Mabel y comenzar a chuparle sus pezones fue todo uno. Mi excitación iba en aumento. Me dejó sacarme las ganas mientras su mano me acariciaba la vulva por sobre mis pantalones. Ya sin ropas de la cintura para arriba, me empujó suavemente hasta tenerme sentada en la mesada. Abrí las piernas para tenerla cerca y nuestras tetas establecieron contacto. A juzgar por los gemidos que ambas emitíamos y la creciente fogosidad de nuestros besos, nuestro encuentro iba a ser exitoso. Mabel se apartó y se sacó la falda que tenía puesta exponiendo la totalidad de su espectacular cuerpo mientras yo arrojaba mis pantalones a un costado.

- Veo que te has dejado todo el vello en el monte de Venus. – le dije – Pues yo comencé a hacer lo opuesto hace dos años. Mira, nada.

Sin emitir palabras, su mano derecha voló a mi entrepierna y me acarició la vulva. A continuación se arrodilló frente a mí y comenzó a hacerme gozar con su lengua lamiendo los labios de mi concha y mi clítoris y, finalmente, introduciéndola en mi excitada apertura anterior. Me recosté contra el espejo a mi espaldas, abrí más mis piernas para permitirle mejor acceso a mi cachucha y comencé a masajearme las tetas.

- Me encanta chuparte la concha, con vello o sin él. – dijo después de un momento. – Vamos a la bañera.

Nos sentamos frente a frente, nuestras piernas entrelazadas, nuestras vaginas encontrándose bajo el agua. Nos acariciamos las tetas, pellizcamos los pezones y nos besamos como excitadas amantes. Luego nos recostamos una al lado de la otra. Nuestras manos estimularon nuestros clítoris y exploraron las entradas a nuestras vulvas. Finalmente nos secamos y luego fuimos al dormitorio de huéspedes.

- Mira lo que hice esta mañana. – dijo Mabel y me mostró nuestras imágenes en un TV colgado de la pared frente a los pies de la cama. Una iPad conectada al mismo transmitía la imagen de la cama desde un costado. – Podremos vernos en acción.

- ¡Me encanta! – le dije, mientras apoyaba mi cuerpo contra su espalda, le acariciaba las tetas con una mano y su vagina con la otra y observaba todo en la pantalla. Ya no podía esperar más para tener los jugos vaginales de Mabel en mi boca.

- Acuéstate y déjame chuparte la concha. – le dije.

- Con gran placer. – me contestó y se recostó en las almohadas de la cama. Sus piernas abiertas con las rodillas flexionadas me ofrecían su ya jugoso orificio frontal.

Comencé por aspirar el olor de su vulva mientras enredaba mis dedos en su ensortijado vello azabache. Luego le chupé el clítoris como me gusta que lo hagan con el mío. Mabel gozaba, gemía, me acariciaba la cabeza. Su vulva húmeda dejó que mis dedos la penetraran sin dificultad. Sentía que había llegado acá sin experiencia en mujeres pero me iría con mucha.

- Ahora me toca a mí disfrutar de tu conchita. – dijo Mabel después de haber gozado de mi lengua por un rato – Ponte en cuatro patas.

Accedí a su pedido y ella se acomodó debajo de mí y comenzó a chuparme mi clítoris y mi vulva. Cuando lo decidió, se arrodilló detrás de mí y continuó con lo mismo, solo que incluyó mi orificio anal en sus lamidas. Luego se movió a mi costado y sus dedos perforaron mi concha y mi culo al unísono. Su otra mano me  estrujaba los pezones. Observar nuestras actividades en la pantalla era excitante.

Después de arrancarme unos cuantos gemidos Mabel se detuvo. Me senté en la cama enfrentándola, mojando mis dedos en su vulva y poniéndolos entre mi boca y la suya mientras nos besábamos.

- ¿Sabes lo que es la tijera? – me preguntó.

- Sí, he visto cómo se hace en películas porno.

- ¡Hagámoslo! – gritó con picardía.

No bien lo había dicho se sentó sobre mi pierna apoyando su monte de Venus contra el mío, nuestras conchas en estrecho contacto. Ambas comenzamos a movernos dándonos mutuo placer. Ver el fantástico cuerpo negro de Mabel ondulando sobre el mío, dándole placer a mi concha era fabuloso. Nuestras manos hacían participar a nuestras tetas en el juego y gemíamos por efecto del placer que nos prodigábamos.

- Déjame estar arriba por un momento, Mabel – le dije – pero quiero hacerte acabar con mi boca.

- Móntame, - dijo – y yo también quiero comer tu concha hasta que acabes.

Cambiamos de posiciones y seguimos embistiéndonos con nuestras empapadas vulvas. ¡Qué manera de coger, estaba desesperada por tener un orgasmo!

- Mabel, chúpame la concha hasta que acabe. – exclamé, y giré hasta ponerle mi vulva en su cara. Al mismo tiempo la suya quedó debajo de la mía.

Nuestras bocas se ocuparon inmediatamente de su peluda concha y mi depilada vulva respectivamente. Mis jugos fluían y se perdían en su bocas, al mismo tiempo que yo ingería los suyos. Sentí sus dedos internándose en mis orificios y respondí de la misma manera.

- No te detengas, no te detengas. – me dijo.

- Tampoco tú. – apenas pude casi gritarle porque comenzaron mis orgasmos, estremeciendo mi cuerpo de pies a cabeza. Mabel comenzó a tener los suyos y estrujó mis nalgas con pasión, gimiendo con placer.

Un sesenta y nueve memorable. Setenta y tres contando los dedos.


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