A medio camino apareció ella bajo un impermeable azul, estaba buscando la dirección de la oficina de correos.
No es por aquí, estás del otro lado de la ciudad –le dijo él asomándose a sus notas. No pudo evitar sonreír-, si revisas bien tus datos, dice norte, tú estás en la misma calle, pero del lado sur.
No puede ser –contestó ella mirándolo a los ojos con cara de sorpresa-, qué torpe, seguramente no presté atención. Igual te agradezco mucho.
Entre las sonrisas acordaron que él podría llevarla y en el camino decidieron seguir frecuentándose. Con el paso de las citas empezaron a desearse, entregarse, creyeron conocerse y sobre todo, estar enamorados.
El ángel del amor los miraba, divertido y al mismo tiempo con cara de lástima; se reía malévolamente mientras preparaba una flecha mortal. Alargaba el proceso para entretenerse un poco más…
Todo se salió de control cuando por accidente rompió la flecha y tuvo que encargar a los forjadores otra que tardaría meses.
Mientras tanto, los incautos amantes decidieron vivir juntos, sonreían anotando en el calendario los meses que se iban agregando a su historia, como victorias ante el invencible tiempo, pero en el octavo mes la flecha fue entregada al inoportuno ángel y este la disparó certeramente, con prisa: entró por la puerta, rasgó los muebles de la sala, pasó por la cocina rompiendo algunos platos y se instaló en la recámara, soltando todo su frío. Los amantes no tuvieron la fuerza suficiente para luchar contra el congelamiento y perecieron en sus adentros…
Días después, mientras Julia esperaba con sus cosas listas en la puerta, él preguntó con expresión patética -¿que podrá haber pasado?-. Ella se despidió con un beso en la mejilla: la vida Alejandro, lo siento mucho, fue la vida…
Alejandro espero a que el taxi partiera, calculó que habría dado la vuelta y mientras veía las hortensias del jardín vecino prendió fuego a la casa.
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