Hoy caí en cuenta del tiempo que ha pasado desde el comienzo de la guerra, desde tú partida. Justo al salir de casa una de las buganvilias cayó sobre mi mano derecha y me incline para recogerla, exhale el aire caliente contenido en mi pecho y observe su contraste contra el viento frío a las 6:45 de la mañana, me asuste un poco.
De camino al trabajo contemple a las personas que tristemente trabajan como voluntarios para reconstruir el casco derruido de la catedral, nos recordé tomando el café habitual de las mañanas y tú sonrisa boba cuando te conocí un miércoles en el hospital: Señorita –me dijiste- sería correcto conocer su nombre, así sentiré que no me inyecto una desconocida…
Si dijera que no te visualizo a mi lado constantemente estaría mintiendo porque incluso tomo decisiones siguiendo tus consejos imaginarios.
A veces siento culpa, tal vez no te pedí que te quedarás con las palabras correctas, tal vez no te abrace con la fuerza suficiente… cuando eso sucede miro al cielo porque sé que tú también lo haces, sé que miras Orión pidiéndole que no deje de brillar para los dos, después platico con las estrellas y de vez en cuando me recuesto en sus brazos para pedirles consuelo, ellas me piden ayuda para ajustar su brillo cuando se están apagando y en agradecimiento me arrullan, acarician mi cabello y me ayudan a dormir, cuando despierto me dan el beso de buenos días pidiéndome que no me olvide del gran amor que siento por ti…
Me piden que siga cantando todos los días esperando que el viento lleve hasta tus detectores de señal la frecuencia de mi voz…
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