La doctora Dasiro

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La Dra. Dasiro Hinaro me llama como cada fin de mes, es lacónica como siempre, pero esta vez no me da sólo la hora de la cita, sino que me advierte que pasará a recogerme en mi domicilio a la hora fijada. Dejo transcurrir el día en actividades diversas que me mantienen ocupado más “non troppo". Cuando llega la hora estoy en la puerta de casa vestido de una forma sencilla pero elegante (camisa blanca, suéter de cachemir marrón, mocasines celestes, reloj Cartier).

Espero con fantasía una limusina y me sorprende ver aparecer un vehículo grande tipo roulot que frena situándome en su centro. La doctora aparece tras la puerta lateral de apertura automática invitándome a entrar. Su interior está en semi oscuridad, es un habitáculo amplio y en su centro a ras de suelo una zona levemente acolchada, el vehículo entra en movimiento mientras ella me ayuda a desvestirme con precisión. Retira mis prendas y cuando vuelve ya se ha despojado del batín que la cubría, estamos ambos totalmente desnudos. Me lleva hasta el centro, me hace sentar, ella lo hace a continuación detrás con su cuerpo pegado al mío, me sujeta con piernas y brazos a modo de llave de lucha personal y me tira hacia ella quedando ambos mirando hacia arriba. En ese instante se abren todas las cortinas exteriores y la calle se adentra en nuestro espacio. Sus movimientos adquieren mayor vitalidad, siento la presión de todo su cuerpo y sus giros perfectos. Mi cuerpo adaptado al suyo comienza a estirarse con un leve dolor en las articulaciones elegidas. Sigue una especie de forcejeo en el que cada músculo va adquiriendo consistencia. Después, aumenta el ritmo a la vez que vamos cambiando de posiciones. Cuando rompemos a sudar la sensación es tremendamente placentera. Nuestra propia humedad facilita el movimiento, los suyos son cada vez más acrobáticos, su anatomía se adapta a la mía sin pudor. Su piel revitalizada es suave y tersa como la de una pantera. Siento entonces una mordida suya precisa a la altura del trapecio (en el mismo centro del cuello), sus dientes presionan hasta un punto de dolor soportable, tengo todo el cuerpo rígido. El suyo se separa y quedo prendido sólo por el cuello aunque con el pecho apoyado. Cuando me suelta hace un chasquido con la lengua que me eriza el vello. Se coloca delante, coge mis brazos y me lleva a posicionarla como antes ella me tuvo a mí. Me guía para que proceda a su estiramiento, lo hago de forma complaciente. La calle me transmite sensación de realidad y a la vez, no me permite una total concentración. Escucho cláxones, movimientos exteriores, luces, a la vez que siento su calor. Sudamos copiosamente y nuestros cuerpos se deslizan con suma suavidad. Sus músculos no tienen ninguna rigidez, siento como si su anatomía me perteneciera por completo. Cada uno de sus giros son importantes y  ninguno de ellos me deja indiferente. Se levanta, se cierran las cortinas y de improviso se insonoriza el espacio. Suena levemente un piano, ella me acoge entre sus brazos enfundada en un albornoz y me seca a la vez que me unta una crema suave y perfumada. De un lateral surge una camilla consistente donde me posiciono con su ayuda. Durante un tiempo quedo prendido de sus manos que no dejan espacio sin doblegar, todo mi cuerpo se abandona y llega a un estado de nirvana en el que podría incluso levitar. Cuando más tarde me bajo frente a mi casa tengo la sensación de estar aún en éxtasis, me auguro para esta noche unos sueños felices.    


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