Antes de Dormir.
Ya entrada la media noche, la cual me acogía con su singular frialdad y triste soledad, reposaba en mi alcoba, somnoliento, después de varias horas de perfecta tranquilidad y un silencio que casi podría aturdir, fue entonces que todo se vio interrumpido por un lúgubre lamento casi imperceptible, un escalofriante aullido de baja onda, no podía identificar de dónde provenía aquel estrepitoso sonido hueco, el cual iba en aumento.
El viento comenzaba a hacer su parte, soplando en una frecuencia tan baja que casi podía creer que la escuchaba, los árboles que apenas y alcanzaba a reconocer por la ventana, se abatían de un lado a otro incontrolables, de entre sus hojas saltaban murmullos que rebotaban en el eco de la noche, de nuevo el lamento incomprensible…
Ese alarido, que erizaba hasta el último vello de mi piel, ¿qué criatura era capaz de emitir tan siniestro ruido?, debía ser algo no de este mundo de vivos…
El miedo, el terror, el pánico, todas y cada una de esas sensaciones aumentadas penetraban cada recoveco lugar de mi cuerpo, recorriendo desde la punta de mis extremidades, hasta estancarse y deambular en mis pensamientos, donde la imaginación viajaba al por mayor, y para colmo de mis temores ese lamento, ese aullido, como sea que se llamase ese sonido, avanzaba, cada vez más cerca y en su cercanía radicaba mi valentía, valía que poco a poco se deslizaba bajo la alfombra.
-¡Cobarde!, Exclame.
Mentiría si dijera cuanto tiempo transcurrió en ese lapso, pero, sin darme cuenta, todo era silencio de nuevo, era un silencio lleno de tranquilidad nuevamente, lleno de serenidad, los lamentos ya no parecían lamentos tan lúgubres, los alaridos, los murmullos se esclarecían…
Fue entonces cuando comprendí, que efectivamente, esos sonidos no eran de este mundo, inequívocamente creí que no eran del mundo de los vivos.
Ya en mi último hogar, me digne a conciliar el sueño, el tan preciado sueño, no sin antes escuchar... ¡Querido y amado!
Descanse en paz.
Amén.
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