Amor Francés

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Como un chasquido de dedos. Como suave golpeteo de brisa. Efímero.

Liberté emanaba olor. Emanaba amor, amor que estaba en al abismo de “ser” o seguir resguardado.

Liberté amaba el olor de Celina, la manera en que ella decía: “Deux baguettes à emporter” (Dos baguettes para llevar).  Amaba esa sonrisa que se dibujaba en toda la panadería, dejando evidencia de su dueña.

Aquella calidez que Celina portaba, flechaba a todo aquel/aquella que pasara a su lado. Antoine carecía de visión, pero sus sentidos estaban presentes en cada milímetro de su piel y cuando Celina invadía con su presencia, Antoine no tardaba en tomar la flecha que le correspondía y convertirla en ojos para ver a su amada.

Antoine sonreía en la oscuridad, sabía que ella estaba ahí, sabía que era su voz. Sabía que desde el preciso instante en que ella diga: “Deux baguettes à emporter”, sus ojos cobrarían vida desde las sombras del pasado y sería feliz el resto de la tarde.

Celina veía a Antoine de reojo. Se sentó a tomar una taza de té en la mesa siguiente, cogió el periódico; de repente, se estremeció al sentir un aura que invadía sus pensamientos. Oyó su voz:

- Encuentro tu aroma en el pan, encuentro tu risa en mi café, imagino tu sonrisa batallando con mis sombras. Quisiera encontrar tu rostro, solo me lo imagino.

Celina se sintió atónita. Sus ojos quedaron fijos a los de aquel francés. Liberté olía a “encuentro”.

- ¿Puedo?

Dijo Antoine, alzando su mano a la altura de su nariz.

- Oui (si) – contestó Celina, guiando su mano a la curvatura de su nariz

Antoine deslizó sus dedos por sus ojeras, acarició sus parpados y acomodó sus cejas. Rozó su dedo entre sus mejillas y acarició sus labios. Bajó su mano y se levantó. Celina no se había sentido tan completa y amada en el aire.

-¿A dónde vas? – Dijo Celina asustada

Antoine sonrió, tomó su mano y le dio un suave beso en sus nudillos.

-Quiero que mis dedos no pierdan el recuerdo de tu rostro, quiero plasmar lo que nunca logré ver. Quiero pintar lo que me haces sentir al entrar aquí y hacerme sentir pequeño con tu risa. Déjame encontrar los colores que describen lo que veo.

 

Celina no volvió a ver a ese mágico hombre. Salía a las calles y no lo encontraba. Buscaba su presencia en Liberté, buscaba su nombre entre brisas. No logró conciliar su propio significado de “encuentro” o “destino”, no después de estar tan cerca de encontrarlo.

Lloró enfrente de aquel lugar de encuentro efímero que iba residir por siempre en su corazón.

Se imaginó las miles posibilidades de verle de nuevo.

Se rindió. Se rindió.

Cuando navegaba en su soledad entre las calles, observó una de las vitrinas. Su corazón se paró y sintió esa bocanada de aire que le faltaba.

Ahí estaba ella. Ahí estaba su rostro pintado en colores pasteles. Estaba la curvatura de su nariz.

Lloró de felicidad. Lloró porque se vio de la manera en que ella nunca sería capaz de amarse a sí misma. Observo cada detalle y apreció esa pintura con amor. La gente murmuraba por ver a esa mujer entre la multitud, por verle en carne y hueso, porque emanaba más color que en su propia pintura.

-Amour français

Susurró una voz entre su oreja. Sus ojos quedaron eternos entre el tiempo y espacio que los rodeaba. Ella era capaz de ver más allá de sus ojos, veía todo ese amor y pasión creciendo. No existía nada. Solo amor Francés…

 

 

 


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